El largo viaje sigue

Columna de Opinión

En 1967 se estrenó la película Largo viaje de Patricio Kaulen[1]. Reconocida como un clásico del “neorrealismo chileno” este film constituye una lectura sensible de la crudeza, en términos humanos, de uno de los procesos de transformación social más determinantes del siglo XX tanto en Chile como en América Latina: la migración masiva del campo a la ciudad. Ese traslado, que tantas de nuestras abuelas y abuelos emprendieron en busca de una vida mejor, no era solo un cambio geográfico, era, sobre todo, un tránsito de tiempo histórico: el pasaje de un pasado tradicional y estamental a un presente de modernidad y oportunidades de una vida mejor. En ese tránsito, y en ese deseo, se formó buena parte de la constitución subjetiva del campo popular chileno y de las posteriores clases medias que se fueron afirmando muchas veces a partir de un origen familiar plebeyo. 


 

[1] Largo viaje (1967) de Patricio Kaulen. https://cinechile.cl/pelicula/largo-viaje/ 

Estallido Social en Chile

Traigo esta referencia a la memoria porque el estallido social de 2019, cuyo quinto aniversario estamos conmemorando hoy, se inscribe en una historia mucho más larga de la que relevan los numerosos análisis que circulan en torno a este hito y me parece necesario, para comprender este hito político que sigue constituyendo un punto determinante en nuestro presente, conectar los puntos de una trama que si bien no es siempre visible, es real.  

Ciertamente, existe consenso en torno a que las causas inmediatas de la ola de protestas que se masificaron en octubre de 2019 se encuentran en las consecuencias, cada vez más patentes, de casi medio siglo de neoliberalismo. Es decir, casi medio siglo de imposición de las lógicas de mercado en extensas áreas de la vida social, en especial de aquellas que son indispensables como la salud, la educación y las pensiones, pero también de la colonización empresarial de la política y de estructuración de un tipo de Estado que, lejos de achicarse como reza la máxima neoliberal, lo que hace es transferir cada vez más cuantiosos recursos públicos a empresas privadas prestadoras de servicios sociales que fueron arrebatados al Estado. 

Esta lectura es correcta. El estallido social tiene sus causas allí, en las deudas y promesas incumplidas del neoliberalismo: en las pensiones de miseria que contrastan con las ganancias siempre en alza de las administradoras de fondos previsionales; en el endeudamiento excesivo para complementar salarios insuficientes; en el agobio por la falta de tiempo y los trabajos de mala calidad; en las desigualdades de género que porfiadamente se mantienen tanto a nivel salarial como a nivel de la división sexual del trabajo; en el trato despectivo, el “roteo” que experimentan los sectores populares de parte de los grupos dominantes; en la frustrada movilidad social de generaciones que no logran “salir adelante”.  

Todo esto está en el fondo del estallido de octubre. Motivos no faltaban, ni faltan, para el malestar popular. Salvo para las elites económicas y políticas, los problemas que Chile arrastraba por décadas no eran una sorpresa. Las ciencias sociales lo venían señalando de manera sistemática desde al menos 1998, año en que se publicó el emblemático Informe de Desarrollo Humano que planteó las “paradojas de la modernización”. Sin embargo, y como bien ha dicho el filósofo Jacques Ranciere a propósito de los “chalecos amarillos”[1], no basta que haya razones, aunque sean muchas, para que la gente se levante. “Las razones para el sufrimiento enumeradas para explicar la revuelta –sostiene- se asemejan exactamente a aquellas por las cuales alguien podría explicar su ausencia: los individuos sujetos a tales condiciones de existencia no tienen tiempo ni energía para rebelarse”. Por lo que concluye que “la explicación de los motivos por los cuales las personas se mueven es idéntica a aquella de porque no se mueven”.

Efectivamente. No es suficiente que haya sufrimiento para que haya rebeldía. Y la pregunta que se impone es ¿Qué hace que las personas digan “basta” y se muevan? El paso del sufrimiento pasivo a la acción tiene siempre un dejo de inexplicable. Pero ocurre. Ocurrió en cada migrante que dejó atrás el peonaje para buscar una vida mejor en la ciudad y ocurre en cada acción individual y colectiva motivada por ese deseo de alcanzar una buena vida. Ocurrió, sin lugar a dudas, el 18 de octubre de 2019 y en las semanas que se a partir de allí se sucedieron. 

¿En qué está ahora el estallido? es la pregunta que nos convoca en este dossier. Una respuesta posible sería afirmar, secamente, que en nada. Que el estallido, en el sentido de un hecho social determinado, que se caracterizó por multitudinarias manifestaciones callejeras y la interrupción de la normalidad cotidiana, terminó con la llegada a Chile de la pandemia de COVID 19 y las restricciones sanitarias que se comenzaron a implementar en marzo de 2020. Sin embargo, sabemos que el hastío de las y los habitantes del país sigue, como se mantiene también el deseo de alcanzar una vida buena y de que en el país se produzcan los cambios profundos que se requieren para poder alcanzar esa vida satisfactoria. Así lo indica el reciente informe del PNUD[2] y también el estudio llevado adelante por Nodo XXI con el apoyo de la Fundación Heinrich Böll, “Ganar sin perder. Los nuevos votantes de sectores populares y su relación con la política”, que nos muestra un campo popular que anhela que sus condiciones de vida mejoren, que es conciente de que las cosas en el país deben cambiar, pero que, al mismo tiempo, teme que los cambios le hagan perder lo que ha logrado con enorme esfuerzo. “Ganar sin perder” sería entonces una clave para comprender al Chile que se levantó en octubre de 2019  y que sigue ahí, anhelante de soluciones. Son, precisamente esos sectores los que constituyen el mayor desafío para las izquierdas y los progresismos en Chile. Franjas sociales constituidas por una subjetividad compleja y difícil de ser representada políticamente desde los marcos tradicionales, pero, al mismo tiempo, aquellas a las que las izquierdas y los progresismos están, por definición, llamadas a representar. 

Podemos entender el estallido social como un momento, explosivo, del largo viaje que ha impulsado al pueblo de Chile a luchar cotidianamente por una vida mejor. Un viaje largo que ha tenido momentos volcánicos, de movilizaciones masivas e irrupciones populares, y largos trechos en que la lucha ha sido subterránea, familiar, personal y silenciosa. Lo fundamental, sin embargo, es que ese largo viaje sigue y que en ese poderoso impulso por vivir una vida digna, las izquierdas y los progresismos tenemos que anclarnos para constituirnos en una herramienta política para que esa vida sea realidad


 

[1] Jacques Ranciere (2019), “Las virtudes de lo inexplicable”. En https://uninomadasur.net/?p=988 

[2] PNUD (2024). “Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2024 ¿Por qué nos cuesta cambiar?: conducir los cambios para un Desarrollo Humano Sostenible”. En https://chile.un.org/es/276458-informe-sobre-desarrollo-humano-en-chile-2024-%C2%BFpor-qu%C3%A9-nos-cuesta-cambiar-conducir-los