El día 4 de marzo, el Senado chileno aprobó la ley de paridad para el proceso constituyente a realizarse en Chile en abril de este año. Como nunca antes, parlamentarias de todos los sectores políticos partidarios, comúnmente divergentes en asuntos relacionados a la agenda de género, logran un consenso casi unánime en torno a un tema en común: la participación de las mujeres en la política pública. ¿Será esto una señal de un cambio de los tiempos gracias al trabajo feminista o no es más que una adaptación a un escenario convulsionado, donde para defender el proyecto conservador, se necesita también a las mujeres conservadoras en un rol proactivo?
El feminismo ya es un movimiento de masas. Hasta hace no muchos años no lo era, a las marchas del 8 de marzo íbamos muy pocas, casi siempre las mismas. Los feminismos que resultaban visibles estaban polarizados: las institucionales que estaban en puestos de gobierno y las autónomas, organizadas más en lo territorial y lo comunitario. Ambas presentaban un feminismo desde diferentes lugares y con distintos objetivos, pero el más visible y muchas veces el único al cual tenía referencia la sociedad, era un feminismo hegemónico, conservador y elitista. Así lo expresaba Gabriela Mistral:
“El feminismo llega a parecerme a veces, en Chile una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho, perfectamente invertebrado, como una esponja que flota en un líquido inocuo. Tiene más emoción que ideas, más lirismo malo que conceptos sociales; lo atraviesan a veces relámpagos de sensatez, pero no está cuajado… Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: ‘Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve, las tres clases sociales de Chile’” (Gabriela Mistral, “Organización de las mujeres”, en El Mercurio, Santiago, 5 de julio de 1925).
Hoy las cosas han cambiado mucho en Chile y Latinoamérica, y una de ellas es que el feminismo se masificó a escalas impensadas para los aletargados noventas, los dosmiles incluso en la hiperconectada década pasada. “Chile despertó” dicen las consignas, pero para los feminismos, eso no fue un 18 de octubre de 2019. Las manifestaciones feministas vivieron su propio estallido en mayo del 2018 en Chile y Argentina, este último alentado por la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, donde se logró la aprobación de la cámara de diputados en agosto de ese año. Tras esta “Ola feminista” del 2018, la marcha del 8M del año siguiente, 2019, fue una de las más masivas de la historia de Chile, pero ésta fue superada por la del 2020, donde se calculó más de un millón de personas. Era de esperarse que en el estallido social en Chile, las voces feministas tomaran un lugar muy protagónico como uno de los movimientos sociales con mayor adherencia, que se hizo sentir con la performance feminista de alto impacto a nivel mundial, realizada originalmente por el grupo Lastesis, que bajo las consignas de que “el patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer” “el Estado violador es un macho opresor”, dieron la vuelta al mundo, interpretada por muchas voces que daban cuenta de una pluralidad de mujeres que parecían alinearse bajo el paraguas de ideas fuerza comunes.
Para la sociología que estudia los movimientos sociales masivos, la tendencia clásica era hacer una lectura en términos opuestos y binarios, donde se contraponían lo racional con lo emocional, la organización y la espontaneidad, como entes aislados y estáticos. Hoy en Latinoamérica vemos que estos factores se mezclan, conviven, no son necesariamente excluyentes y pueden variar de forma. Uno de los grandes errores de la interpretación clásica de los movimientos masivos, fue entender la espontaneidad de manera estática, estancada y aislada, contrario a lo que podemos ver ahora, donde se evidencia que la espontaneidad de un movimiento es dinámica. Es así como la ola feminista del 2018 y el estallido social del 2019, confluyen en un proceso que va cambiando y que pasa de las hordas callejeras encendidas (“espontáneas”), a un acuerdo tan concreto como cambiar la Constitución del país.
En este consenso popular, la propuesta desde los movimientos fue desde un comienzo Asamblea Constituyente, pensando en una representación transparente y en la promoción de una forma de participación popular, contrapuesta a la democracia de elites que ha vivido Chile desde la post dictadura. Sin embargo, estas mismas elites, representadas por los partidos políticos, sorprendieron un día 14 de noviembre, a un mes de las movilizaciones, con lo que llamaron “Acuerdo de paz y nueva constitución” donde ellos cambiaron esta figura de la Asamblea Constituyente, por la de Convención Constituyente.
En este modelo, la lucha por la paridad, fue el bastión que tomaron algunas feministas para presionar por la representatividad. Pero ¿es la paridad por sí misma una garantía de representatividad? En este modelo no, pues este modelo aún sigue reproduciendo un orden sexista, clasista y racista que la idea común de “paridad” pasa por alto. La identificación inmediata del concepto con la idea de diferenciación únicamente por género, es la que trae aparejada esta conveniente confusión. Es por eso, que se ha llamado a ver la paridad no limitada al género, pues las experiencias de las mujeres bien sabemos que no son estandarizadas y en un contexto de desigualdad, empobrecimiento y sobreexplotación de las mujeres más pobres, hay factores muy heterogéneos que operan a la hora de presentar propuestas concretas.
El debate feminista actual, entonces, en el marco del proceso constituyente por el cual pasa Chile, tiene relación justamente con el proceso. No es la idea que el proceso sea liderado (incluso copado completamente), solo por mujeres privilegiadas, o por mujeres que representan una parte mínima del universo que dicen representar. Alejandra Donoso plantea en el libro “Por una Constitución feminista”, que se debe formular un concepto complejo de paridad y esto tiene relación con levantar propuestas desde abajo, visibilizando los cuerpos que las instituciones invisibilizan, superando el concepto de “cuota política” en términos meramente cuantitativos y pensando en un modelo participativo popularmente legitimado.
Por estas mismas razones, por la crisis de la democracia representativa – que se traduce en falta de confianza en los partidos políticos y en una bajísima participación electoral - es que no es momento de pensar los movimientos como plataformas partidarias. De los feminismos han surgido varias propuestas, institucionales y no institucionales, pero la historia da cuenta de que es momento de optar por una salida nueva, lejos de los marcos institucionales que perpetúan el patriarcado en todas sus formas.
Es cierto que se abrió un espacio para pensar en una forma distinta de con - vivir y no hay que desaprovecharlo, es de esperar que los feminismos no caigan en la despolitización que convierte a los grandes movimientos históricos en modas pasajeras, es fundamental volver a revisar la genealogía feminista y desde ahí, construir un modelo lejos de los esquemas añejos patriarcales, excluyentes y verticales.