El paralelo entre el concepto de territorio y cuerpo de mujeres es de larga data en el feminismo: ambos han sido botines de guerra, ambos han sido saqueados y usurpados, por eso, no es casual que sean las mujeres quienes están en la primera línea de defensa frente a la tríada "capitalismo, patriarcado y colonialismo". Entre cuerpos y territorios se cruzan violencias, pero también se cruzan las resistencias. porque se alude a la construcción sociocultural del espacio mediante identidades, prácticas, estrategias de vida y acciones colectivas.
En Chile últimamente se ha visibilizado a través de los medios de comunicación, el término "zonas de sacrificio", relacionado a la saturación ambiental por extracción de energía fósil (carbón, petróleo), pero ese término ya ha sido cuestionado por organizaciones ambientalistas donde las mujeres han sido centrales - como es el caso del Movimiento por el agua y los territorios (MAT) -, porque al hablar de "zona", desvinculamos los cuerpos del espacio físico, lo deshumanizamos, dejamos fuera la flora y la fauna, el agua, la vida, las relaciones, la memoria colectiva. En cambio, al nombrar a los "territorios en" sacrificio, reflejamos la violación a todo un esquema de relaciones que conforman la vida y sostener la vida ha estado históricamente, en las manos - y sobre las espaldas- de las mujeres.
Si bien como feministas cuestionamos las visiones esencialistas que hay sobre "lo femenino" (aquello limitado al rol de madre y cuidadora, ligado solo a la naturaleza y no a la cultura), no podemos negar que en los territorios donde se han instalado enclaves extractivistas, tales como mineras, pesqueras, petroleras o forestales, se han masculinizado los espacios comunitarios y la vida cotidiana, impacto que se expresa en el aumento para las mujeres de la carga de trabajo doméstico y de cuidados, su pérdida de autonomía económica y soberanía alimentaria, el envenenamiento a sus cuerpos, el aumento de la violencia en todas sus formas, el incremento de la explotación sexual a mujeres y niñas y una pérdida de identidad cultural puesto que se debilitan sistemas de vida donde las mujeres tuvieron históricamente una fuerte presencia.
Y aquí es donde los feminismos confluyen con los movimientos ambientales, fortaleciendo las propuestas existentes, enriqueciendo los análisis con las miradas que llaman a despatriarcalizar y a visibilizar el sesgo masculino de la economía, sesgo que insiste en llamar porfiadamente "recursos naturales" a lo que en realidad son bienes comunes. Los feminismos no dividen los movimientos, no "separan a hombres de mujeres", sino por el contrario, la mirada feminista apunta a sumar, a poner el ojo en las diferencias de clases y de géneros. Apunta a estar conscientes de la multiplicidad de realidades que conviven e interaccionan y desde ahí proponer soluciones y alternativas que los moldes masculinos y masculinizantes han invisibilizado. En este sentido, los conceptos tradicionales de justicia social padecen de una doble miopía, pues muchas veces incluyen acríticamente la categoría de género sin discutir de fondo las injusticias creadas por la sobreexplotación de bienes comunes. Un claro ejemplo de esto, es el acceso al agua, donde las mujeres, quienes históricamente no han sido las dueñas de la tierra, sufren las dificultades de acceso pese a que en Chile al menos, son quienes lideran más fuertemente los comités de Agua Potable Rural. Esta falta de acceso no solo repercute en su consumo privado y familiar, sino que afecta en la morbilidad (aumento de enfermedades) y provoca además tensión en su círculo directo, lo que da como resultado el aumento de la violencia de género y la rotura de vínculos al interior de las comunidades.
Por otro lado, las mujeres en la industria extractiva han vivido las mayores expresiones de violación a sus derechos humanos: temporeras muertas por agrotóxicos donde la responsabilidad empresarial se diluye en la impunidad, mujeres cuyos hijos han nacido con malformaciones producto de las emanaciones de hidrocarburos y material particulado en cantidades totalmente fuera de las normas estandarizadas internacionales, mujeres migrantes en condiciones de esclavitud, viviendo hacinadas en contenedores sin ventanas que son cerrados por fuera por los empleadores y como no recordar la humillante medida de las salmoneras que forzaban a las mujeres a utilizar pañales para contener la orina y así no parar el trabajo para ir al baño. Ejemplos vergonzosos como estos tenemos por miles.
Además, sumemos a esta realidad, el hecho de que Chile es el país que más Tratados de Libre Comercio ha firmado a nivel mundial, con las enormes consecuencias en la precarización de la vida y del trabajo pagado y no pagado de las mujeres, consolidando un modelo brutalmente patriarcal que pisa fuerte, que serializa los cuerpos y aumenta las brechas de pobreza. Los tratados de última generación incluyen un acápite de género y comercio, pero al no ser vinculantes, no garantizan en lo absoluto, ningún grado de protección de quienes son afectados/as por éste, mucho menos aún si se trata de mujeres pobres, quienes sabemos que no forman parte de las decisiones más importantes en este sistema. Los TLC consolidan un modelo de desarrollo maquilador, que precariza con especial énfasis a esta mitad de la población, naturalizan la informalidad laboral, controlan la migración, destruyen la economía familiar campesina y la agricultura local y por ende, la organización comunitaria, que en muchos casos, es ancestral, institucionaliza la violencia y militarización en la cual, sabemos, las mujeres tocan la peor parte y además, al privatizar los servicios como salud y educación, dejan dicho costo a las mujeres. Frente a este escenario ¿Qué caso tiene introducir "tecnología y educación financiera" en un paquete educativo que además parece estar pensado solo en mujeres blancas, pues leyendo los capítulo de género de estos TLC, no hay muchas concordancias entre las medidas propuestas y la realidad de las mujeres afrodescendientes e indígenas, que son además las más afectadas. Además al tener todas las regulaciones a favor de los inversores y colocar cláusulas supra nacionales que controlan y regulan con mucha rigurosidad a los gobiernos, buscan higienizar todo este proceso anti democrático a costa de las más afectadas, enarbolando la bandera de la "inclusión" o el errado concepto de "igualdad de género", y entendemos que la mirada de género no consiste en agregar más mujeres a la política neolibreal y completar cuotas, o "empoderarlas" como microempresarias, tal como dicen estos tratados. La mirada de género está en el diseño de los productos, en la concepción de éstos por lo tanto, así como estamos hoy, que no ha habido evaluaciones de impactos de la implementación de los TLC, que no se ha profundizado en el costo social que acarrean específicamente en Latinoamérica, estos intentos de instalar a la fuerza el elemento "género", solamente constituye un maquillaje oportunista que oculta su verdadero rostro de dominación.
Para colmo, uno de los tratados más nefastos, el Tratado Integral y Progresista de la Asociación Transpacífico, más conocido como TPP-11, fue firmado hace exactamente un año, un 8 de marzo de 2018, una burla institucionalizada al día de las luchas de las mujeres.
Los movimientos feministas y ambientalistas no se han quedado sólo en la crítica al modelo sino elaborado propuestas importantes para repensar el nexo entre justicia ambiental y justicia de géneros, y en esto no somos ingenuas, no nos quedamos en la crítica o en soluciones tipo "pistola de agua", si bien fomentamos medidas como el cuidado de la energía en el uso doméstico o incentivamos el cultivo de huertos familiares, bien sabemos que las demandas a escala mundial son mucho más complejas y requieren respuestas políticas robustas. La promoción de las economías circulares, donde la reducción, la reutilización y el reciclaje son una propuesta hacia el actual modelo económico lineal (producir, usar y tirar), se complementa con propuestas desde lo teórico, la implementación de un modelo post extractivista, donde se re oriente el desarrollo a una reconversión productiva que atienda las demandas de las mayorías con una regulación social y ambiental. Necesitamos con urgencia cambiar las matrices productivas, nuestro foco es ese, no solamente botar proyectos con presión social, porque sin un cambio en la matriz productiva, se cae un proyecto en un lado pero se levanta en otro.
Durante este año, 2019, Chile será escenario de dos eventos claves del capitalismo globalizado: La cumbre Apec (Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico) y la cumbre mundial del cambio climático Cop25, ambos eventos son fortalecedores del modelo que cuestionamos, por tanto, es necesario focalizar la presión desde todos los niveles, empezando por lo político. Como feministas habitantes del territorio Chile, debemos pronunciarnos, manifestarnos, participar, informarnos y trabajar en propuestas, activamente, desde la economía feminista, desde la soberanía alimentaria, desde el antirracismo.
Para finalizar, queremos este 8 de marzo, conmemorar la resistencia de Berta Cáceres y de Macarena Valdés, defensoras asesinadas por la tríada capitalismo, patriarcado, colonialismo; reconocer a todas las mujeres, a las lesbianas, a las trans, a las migrantes y desplazadas, a las mujeres de pueblos originarios que sostienen la vida en todos los territorios abiertos y desmembrados por un sistema feroz y recibir a las nuevas generaciones de mujeres y niñas conscientes de nuestro aporte a la sostenibilidad de la vida y al buen vivir de los pueblos.
Porque los territorios y los cuerpos de las mujeres nunca más serán objeto de disputa ni de conquista, en eso radica la importancia de relevar las propuestas ecológicas y ambientales que surgen desde los distintos feminismos latinoamericanos, del movimiento zapatista de mujeres (México), del feminismo comunitario (Bolivia), del feminismo decolonial, todos movimientos que enfatizan la necesidad de crear alianzas entre lo urbano y lo rural con una mirada geopolítica y de respeto al territorio.
Las feministas seguiremos activando pese a todos los obstáculos, porque tenemos una gran convicción: que éste es el camino correcto.