“La izquierda tiene su ala derecha, la derecha su ala izquierda.
Oigo murmullo de alas, pero sé que ningún pájaro se elevará por los aires.”
Heinrich Böll
El triunfo macizo de los representantes del Partido Republicano en Chile, en el marco de las votaciones en un muy largo -y ya tedioso- proceso constituyente, es otra señal de la tendencia en Chile y un fuerte llamado a las cúpulas políticas tradicionales, quienes, desde el estallido hasta ahora, han actuado erráticamente y a destiempo, evidenciando una vez más, su desconocimiento de las necesidades ciudadanas tanto de forma como de fondo.
La fracción más radical de la derecha, con un discurso anti partidos, adoptando posturas férreas frente a la diversidad y el pluralismo y sin ocultar su rechazo a los cambios estructurales del modelo vigente, aplastó a sus adversarios logrando, como nunca en la historia del país, más de un 50% del total de los escrutinios. Los resultados de esta votación son, en cuanto a los clivajes políticos clásicos de izquierda y derecha, casi exactos a los del plebiscito de salida del texto constitucional: un 62% mantuvo su voto por la derecha y un 38% por la coalición de izquierda, además fraccionada en dos listas, una de las cuales (las de la antigua concertación), no obtuvo ni un solo escaño.
Esta holgada victoria convierte al Partido Republicano como el partido más votado desde 1989 hasta el día de hoy, superando por primera vez a la centro derecha.
Esto a primera vista tiene dos aristas: por un lado, la derecha dura tiene asegurado el control del proceso constitucional y debido a su número de elegidos, tiene el poder de veto en el Consejo Constitucional, por tanto, habría que ver cuán radical sería su ejercicio dentro de este rol. Lo segundo, es que con esto se visualiza una clara reducción del gobierno liderado por Gabriel Boric, lo que implicaría barajar la posibilidad de redefinir su programa de gobierno, dado que este resultado sugiere que su gobierno pasa a ser minoritario en este momento, tanto en el congreso nacional, donde es la derecha quien tiene más representantes, como también en la votación popular, donde los proyectos transformadores del programa oficialista han sido rechazados por amplia mayoría en las urnas en las últimas dos votaciones.
Tres años después de un fenómeno de las magnitudes del estallido social, hoy pareciera que la demanda del pueblo chileno no era la transformación profunda del modelo neoliberal, sino más bien una demanda de justicia social moderada, para que el modelo funcione mejor para todos y todas.
En definitiva, Chile se hartó de ser “el laboratorio latinoamericano del neoliberalismo” y quiere cobrar algo de las utilidades luego de décadas de doctrina del shock.
Populismos a la medida
El contexto político en Chile actual ha sido leído como “fluctuante” desde afuera, dado que solo en tres años se pasó del estallido social, una insurgencia popular masiva, al vuelco a un populismo conservador e ideológico como el liderado por Kast. Una ciudadanía fatigada de votaciones, empobrecida por la pandemia y por una inflación que no da tregua en cuanto al costo de la vida, una agenda noticiosa que apuesta a generar aún más miedo e inseguridad, exacerbando un despliegue de atentados violentos a ciudadanos comunes y corrientes, señalando a la crisis migratoria como un factor de peligro y valiéndose de todo el poder mediático para generar un clima de inestabilidad, da como resultado un rechazo enérgico a cualquier discurso que promueva los cambios fuertes, sinónimo de aún más incertidumbre.
El voto obligatorio canalizó el descontento generalizado por la política tradicional de quienes históricamente se han restado de votar (más de la mitad del padrón), por eso el PR fue la voz cantante a pesar de que todo en él pareciera ser una paradoja: Es un partido que está en contra de los partidos, pero funciona como tal y tiene una orgánica de partido, se postula y gana. Ellos, que desde un principio se negaron a un cambio de constitución, llamaron a rechazar y a boicotear todo el proceso constituyente, hoy son quienes conducirán el proceso constituyente incluso con poder de veto. Estamos hoy frente a un populismo, pero más exactamente una derechización del populismo.
El mayor número de votos se inclinó por lo ideológico, el Partido Republicano y no al incipiente Partido de la Gente, que también gana adeptos en ese sector. Tuvo una pujante adhesión en las anteriores elecciones, pero que no es un partido de centro como a veces lo plantean, sino que es una variante de la derecha, un trasvasije de partidos de derecha tradicional y que se ha denominado sociológicamente “Tecno populismo”, que se viene analizando desde el 2018 en algunas democracias europeas y que se aplica al Partido de la Gente. Éste surge de una desconexión entre la política y la sociedad: lejos de resolver esta separación, los tecnopopulistas la exacerban, erosionando los fundamentos de la representación democrática. La clave para dar a una respuesta a este reto que plantea el tecnopopulismo reside en la búsqueda de nuevas formas de intermediación política y es ahí donde seguramente se puede encontrar la clave de la derrota del Partido de la Gente.
Lo que movió la aguja hacia la derecha radical esta vez, fue sin duda, la consistencia mostrada desde el principio por la derecha radical. Una crítica frontal al gobierno, cosa que los otros partidos no hicieron y se mostraron proclives al consenso y al diálogo, y una muestra concreta fue la agenda de seguridad que todos los partidos de derecha compartían, pero con salidas dialogantes con los otros sectores, no así el PR, quien apostó a banalizar este escenario, con una promesa de restablecimiento del orden y la autoridad, garantizando estabilidad, de la cual ninguno de los demás partidos fueron garantes.
Ya con este discurso se sobrepusieron antes a Joaquín Lavín- el candidato de centro izquierda que en todos los pronósticos ganaría la elección – cristalizando un proceso que se venía incubando desde hace tiempo. Esto no debería leerse como una derechización de la sociedad, pues también la izquierda se reduce en comparación con otras épocas históricas, donde siempre tenía un tercio. Hoy ni siquiera llega a un tercio incluso estando en el gobierno, como pasó durante los años de la Unidad Popular, que la izquierda creció sostenidamente, como lo indican las municipales del 71 y las parlamentarias del 73.
La izquierda hoy en día demuestra consolidarse como un nicho minoritario, lo que hará difícil aceptar la extensión o ampliación necesaria.
La izquierda, al no tener poder de veto, deberá apostar a la moderación que venga del lado del comité técnico de admisibilidad, que debería garantizar el respeto a los bordes que ya se dimitieron, asimismo los acuerdos a los que llegue el comité de expertos. Esa es la única salida para moderar una posible constitución extrema y realizar un control de ese órgano.
Actualmente la derecha tiene el poder de redefinir un texto, que se pronostica será de cierta manera modulado por estos otros organismos, sin embargo, hay cambios profundos que se pueden hacer, como por ejemplo, lo relacionado al estado subsidiario, que si bien ahora no hay ningún artículo que lo consolide, es posible que se plantee colocarlo dentro de la declaración.
¿Qué sucederá con las izquierdas? Hasta el momento solo intentar que no se imponga una constitución más autoritaria, hegemónica y que desconozca la pluralidad.
Llamar a votar rechazo coloca a las izquierdas en un lugar aún más conflictivo, pues si pierde, sería otra derrota más y una tercera derrota pone el tiro de gracia a este proyecto de gobierno.
Como raya para la suma, nos queda claro que en un mundo tambaleante, donde no hay seguridades ni a corto ni mediano plazo, lo que la gente necesita, son certezas para vivir tranquila. Este malestar ofusca aún más a esa población que no quiere votar, que lo encuentra inútil, que tiene una profunda desafección por esa democracia representativa que no los representa y que limita la participación popular al voto por políticos que detestan.
Esta constitución no va a convocar a las mujeres ni a las diversidades, ni a pueblos originarios ni a ninguna manifestación de pluralidad. Sin embargo, tampoco podemos hablar de un electorado fascista o totalitario, no hay suficiente respaldo político para ello, solo que no hay otro proyecto que pueda sacar a la gente de esta orfandad política.
Aún con una altísima abstención (18% es muy alto para tener voto obligatorio), el mandato popular es claro con la izquierda: que deje de lado los significantes vacíos y vuelva a los principios que dieron origen a sus postulados. La izquierda chilena dejó de lado el discurso en pro de la población trabajadora y se inclinó a privilegiar y darle protagonismo a las políticas identitarias pero aun así, sin fundamento y muchas veces a espaldas de los movimientos sociales y esto le pasó la cuenta, pues hoy la extrema derecha le habla fuerte y claro a los trabajadores y trabajadoras, que se decepcionaron de la volatilidad de los nuevos líderes y nunca terminaron de entender el léxico académico e importado con que trataron de seducir a un pueblo golpeado por las deudas, el alto costo de la vida, la inestabilidad laboral, los bajos sueldos y un clima de desconfianza y temor de la misma gente que les rodea.