Los resultados de la elección para la convención constitucional (CC) celebradas el fin de semana confirman un cambio tectónico en las preferencias ciudadanas, cuyas implicaciones pueden ser profundas y duraderas. Dicho cambio puede ser interpretado como una realineación, es decir, como un cambio en las posiciones ocupadas por los distintos actores políticos, que da lugar a nuevos equilibrios de poder. La magnitud del cambio observado no tiene precedentes en la historia política reciente en Chile. Ni siquiera los 17 años de dictadura pudieron alterar tan radicalmente la estructura de preferencias y el sistema de partidos vigente hasta el golpe militar de 1973. La convención constitucional refleja un país muy distinto de aquel que se reflejaba en las instancias institucionales precedentes, mostrando el notorio agotamiento de los arreglos políticos que hicieron posible la transición a la democracia a fines de los 1980s, y que dieron estabilidad en las dos décadas siguientes. En la CC, partidos y viejas elites políticas se redimensionan y deben compartir poder con grupos emergentes, rebeldes y excluidos. La bancada de representantes de los pueblos originarios es un claro ejemplo de esto. Los pasillos, salas y personajes claves que protagonizarán las discusiones constitucionales en los próximos meses cambiarán notablemente, los viejos actores del poder ya no estarán presentes o no podrán ejercer sus antiguos roles. Es de destacar que las reglas de paridad de género, escaños reservados para pueblos originarios y las normas para facilitar la inscripción de independientes, dieron frutos positivos, permitiendo que esta CC refleje un país diverso, plural y en el que ningún grupo puede imponer o vetar.
Las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre de este año nos permitirán confirmar si estas transformaciones serán duraderas, se consolidarán, o si la configuración resultante de las elecciones para la CC fue excepcional o efímera. Por lo pronto, las elecciones de alcaldes, concejales y gobernadores regionales, celebradas simultáneamente, proyectan tendencias similares a las vistas en la CC, con una derecha en retroceso, una centro-izquierda en crisis existencial, y una izquierda e independientes en auge. Estos resultados resultan coherentes con la demanda por cambios fundamentales que irrumpió en octubre de 2019 y que se reflejó en el 79% que respaldó el “apruebo” en el plebiscito de octubre 2020. Que la ciudadanía quiere cambios, no lo pone nadie en duda. La cuestión a dilucidar en los próximos meses es cuanto cambio podrá ser conseguido, considerando la composición de la CC y las nuevas tendencias políticas.
Los eventos fundamentales para entender los resultados de las elecciones de convencionales son cuatro: (i) El desplome de la derecha histórica; (ii) el auge de los candidatos independientes; (iii) el reforzamiento de la izquierda; y (iv) el desplome de los partidos de la centro-izquierda. Exploremos brevemente cada uno de ellos.
1. El desplome de la derecha.
La derrota de la derecha es categórica, sin paliativos. Fracasó en el plano más importante para ellos, que era el de asegurar el tercio de convencionales que les habría permitido ejercer poder de veto dentro de la CC. Cabe recordar que los cuatro partidos de la derecha concordaron enfrentar las elecciones de constituyentes en una misma lista (“Vamos por Chile”), precisamente para reducir el riesgo de dispersión de un mismo electorado en varias listas, que podría penalizar en exceso al sector dadas las reglas del sistema electoral. Este diseño les dio confianza de que el tercio de los constituyentes era algo seguro, lo que llevó a un ministro de gobierno a afirmar que su lista se impondría con facilidad en las cuatro elecciones (convencionales, alcaldes, concejales y gobernadores). Con un 21% del voto popular (1.2 millones de votos), la derecha se hace de 37 escaños, que equivalen al 24% de la convención. Se quedan 15 escaños por debajo de la cuota de 52 que permite el bloqueo de propuestas. Dada la configuración de la CC, con el desplome concomitante de los partidos de centro, la derecha se enfrenta a una realidad devastaste: no cuentan con el tercio de bloqueo, y no se ve donde podrían encontrarlo. El campo de alianzas posible para la derecha se estrechó dramáticamente.
La derrota electoral de la derecha tiene proporciones históricas. Para encontrar un símil a lo ocurrido, cabe remontarse a las elecciones parlamentarias de 1965, cuando muchos votantes de derecha abandonaron a sus partidos tradicionales (Conservador y Liberal) para votar por el PDC, el gran vencedor de esos comicios. La derrota llevó a la disolución de los centenarios partidos de la derecha y a la formación de un nuevo referente, el Partido Nacional. Hace solo 3 años, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Sebastián Piñera alcanzó 3.8 millones de votos, en la que fue calificada como una mayoría histórica para su sector. El 15 y 16 de mayo de 2021, los cuatro partidos de derecha unificados consiguieron 1.2 millones de votos. Este resultado es incluso inferior al respaldo conseguido por la opción “rechazo” en el plebiscito de octubre de 2020 (1.6 millones de votos, un 21% de la votación), que dio inicio formal al proceso constitucional actual. Desde 1989, nunca la derecha tuvo una votación tan baja como esta.
La votación del fin de semana representa, además, un claro voto de castigo al gobierno y a la figura del presidente Sebastián Piñera. El proyecto político que Piñera buscó encabezar ya no existe, y deja a su sector en una situación de extrema debilidad. Las derrotas tienen efectos disolventes, especialmente cuando estas implican perder el poder. En poco tiempo, la derecha debe resolver si su proyecto es más de lo mismo que ha ofrecido en las últimas tres décadas, o si se abre a las demandas planteadas por la rebelión de 2019 (y en qué y cómo). Este conflicto puede ser muy agudo en los próximos meses, ahondando las divisiones ya existentes.
2. El auge de los candidatos independientes
El sentimiento anti-establishment que ha ido ganando terreno en la sociedad chilena en los últimos años, se refleja en el auge popular de candidatos no afiliados a los partidos políticos, y que basaron su campaña en su rechazo a las elites partidarias y la reivindicación del pueblo llano. Si se considera a las listas de independientes no neutrales (lista “Nueva Constitución”), a la “Lista del Pueblo”, y a quienes fueron electos en listas no afiliadas a los partidos políticos, se llega a una cifra de 48 convencionales, el 30% de los escaños. Los independientes dentro de listas de partidos políticos son 40 constituyentes, un 26% del total. Los miembros de partidos políticos (de cualquier partido) se hicieron con 50 escaños, equivalente al 32% de la CC.
Esta configuración es coherente con el reclamo popular desde el estallido social del 18 de octubre de 2019, en su vertiente anti-partidaria, y ofrece evidencia de la consolidación de un clivaje emergente: la élite vs. el pueblo. La contraposición entre élite y pueblo emerge así como una línea divisoria que moviliza y crea preferencias sólidas en la sociedad. Esta elección confirma el grado de avance e implantación de este clivaje, cuyo origen se remonta a fines de la década de 1990, cuando el UDI Joaquín Lavín se quedó a pocos miles de votos de vencer al socialista Ricardo Lagos gracias a una campaña presidencial de marcados tintes post-ideológicos. Del mismo modo, estas tendencias ya eran evidentes entonces, en el surgimiento de líderes “díscolos” que denunciaban los acuerdos cupulares de sus propios partidos, y en la práctica cada vez más común de incluir a figuras televisivas en las listas parlamentarias o de alcaldes, que realizaba todo el arco político. La idea de que personas ajenas al ámbito de la política profesional podían hacerlo mejor que los propios políticos, fue ampliamente utilizada por partidos políticos como la UDI y el PPD ya a fines de los 1990s. En la actualidad, sin embargo, el clivaje élite vs. pueblo actúa superpuesto, o en paralelo, al clásico clivaje derecha vs. izquierda, el que no pierde relevancia.
3. El reforzamiento de la izquierda
Los grandes ganadores de la jornada fueron la alianza Apruebo Dignidad, que agrupa a los partidos del Frente Amplio, el Partido Comunista, Igualdad, e independientes, y la Lista del Pueblo, que representa a líderes sociales e independientes de izquierda. La primera obtuvo el 17% de la votación (1.1 millón de votos), y un total de 28 convencionales, equivalente al 18% de la CC. La segunda obtuvo el 15% de la votación (941 mil votos) y un total de 27 escaños, equivalente al 17% de la CC. En su conjunto, ambas listas suman 55 convencionales, los necesarios para formar un bloque con poder de veto. El gran fenómeno de la jornada, no obstante, fue la sorprendente y no anticipada victoria de la Lista del Pueblo. Antes de las elecciones, casi ningún analista ni encuesta predijo este éxito de votos y escaños. Es también notable que su éxito se produce en condiciones de radical disparidad de recursos y figuración en los medios. Algunos diarios han destacado cómo candidatos con una inversión de pocos miles de pesos se impusieron a otros que disfrutaron de presupuestos millonarios y de la atención de los medios masivos. La gran mayoría de candidatos de la Lista del Pueblo son activistas muy involucrados en causas sociales, medioambientales y de derechos civiles, con fuerte radicación en sus territorios. Se trata de personas poco o nada conocidas a nivel nacional, pero ampliamente conocidas en sus comunas y en el tejido organizativo local.
En cuanto a Apruebo Dignidad, esta lista se queda a apenas 100 mil votos de sobrepasar a la lista de la derecha, sobrepasando en 275 mil votos a la lista de la centro-izquierda. Es de destacar que esta lista materializa una alianza inédita entre partidos que en los últimos años siguieron estrategias diferentes. En efecto, en las elecciones presidenciales de 2017 el PC formó parte de la alianza La Fuerza de la Mayoría, junto a los partidos de la antigua Concertación, y dio su apoyo al candidato Alejandro Guillier. Mientras, el FA aupaba a una candidata outsider, Beatriz Sánchez, quien consiguió un 21% del voto popular. Los principales líderes del FA hicieron activa oposición al gobierno de Michelle Bachelet en el periodo 2014-2017, al tiempo que el PC era parte integrante de ese gobierno y de la coalición que la llevó al poder en 2013. Las diferencias luego se reflejaron en noviembre de 2019, cuando la firma del acuerdo parlamentario que inició el proceso de revisión constitucional dio lugar a agrias polémicas entre el PC y el FA, y al interior mismo del FA. Parte del FA cuestionó el acuerdo, y algunos partidos (como el partido Igualdad) y miembros destacados del FA dejaron el conglomerado. A pesar de ello, estos sectores concordaron una lista para convencionales, y llegaron a acuerdos en la mayoría de las alcaldías y gobernaciones. La nueva alianza electoral se anotó importantes victorias en alcaldías emblemáticas, y también en gobernaciones clave como las de la región de Valparaíso y la segunda vuelta en la Región Metropolitana, dos de las más pobladas del país.
El reforzamiento del polo izquierdo sitúa a este sector en una posición de la que no disfrutaba desde fines de la década de 1960. Gracias a este resultado, este bloque se instala en una posición expectante de cara a la cita electoral de noviembre. La extrema debilidad de la derecha y de los actores de la centro-izquierda claramente contribuye a ese escenario. La posibilidad de que la izquierda pueda ganar las presidenciales ya no es utópica, al contrario, aparece como una probabilidad cierta. Con todo, no es una tarea sencilla que FA-PC, la Lista del Pueblo, y otros actores hoy fuera de esos conglomerados confluyan, entre otras razones, porque muchos líderes de la lista del pueblo desconfían de los partidos y de la política institucional y arrastran una historia de quiebres con los partidos de la izquierda.
4. El desplome de los partidos de la centro-izquierda
Junto a la derecha, el otro gran derrotado de la jornada electoral fue la lista del Apruebo, que agrupa a los partidos Demócrata Cristiano, Liberal, Radical, PRO, PPD y Socialistas. Con 825 mil votos, esta lista consigue 25 convencionales, el 16% de la CC. Solo el Partido Socialista pudo celebrar, pues sus 15 escaños le permiten salvar los muebles y proyectarse como uno de los partidos más fuertes en la CC. El PDC consiguió 2 escaños, pero solo 1 de ellos fue para un miembro de sus filas. El PPD se hizo de 3 escaños, el PR de uno. En términos comparados, y considerando solo los resultados de la elección para la CC, la lista de la centro-izquierda se posiciona como la 4ª mayoría, por detrás de las listas de la derecha, de la izquierda, y de la Lista del Pueblo. El viejo centro político que representaban los partidos pivotales del siglo XX (el PR y el PDC) queda reducido a una mínima expresión en la CC, y en general el sector solo puede reivindicar 10 escaños. Es probable que una parte de los convencionales de la lista de independientes Nueva Constitución (también conocidos como independientes no neutrales, con 450 mil votos y 11 convencionales) adopten posiciones identificadas con el centro político. Muchos de sus candidatos fueron miembros o simpatizantes de los partidos de la centro-izquierda en el pasado, aunque también muchos de ellos se han mostrado muy críticos de los gobiernos de la concertación. Por lo pronto, el viejo centro será irrelevante en la configuración interna de la CC. Sus únicas opciones de intervenir en el debate constituyente pasan por hacerlo “desde fuera”, a través de un(a) eventual candidato(a) presidencial competitivo(a) que fije posiciones en la opinión pública, pero esto es una alternativa que al momento no está claro que pueda prosperar.
En general, los resultados electorales ponen al arco de la centro-izquierda en una gran crisis, partidaria, de identidad y de proyecto político. Su desempeño en el ámbito municipal y de gobernaciones tampoco fue bueno. A decir verdad, para el PDC la crisis ya estaba servida, a causa de su sostenido decrecimiento electoral en las últimas dos décadas, y las elecciones recientes simplemente aceleran tendencias ya en curso. En el PPD, la situación es similar, agravado por el hecho de tratarse de un partido sin una ideología definida que haga las veces de ancla (como el socialcristianismo para el PDC). Los partidos que gobernaron Chile con amplias mayorías políticas y sociales en los 1990s y 2000s, hoy se enfrentan a una crisis existencial. La cuestión a dilucidar en los próximos meses, con noviembre como cita clave, es si esta crisis derivará en la extinción de estos partidos, en su irrelevancia, en su desplazamiento por parte de nuevos actores reclamando el espacio, o en su absorción por otros partidos. El PS escapa a los dilemas existenciales de sus compañeros de lista, aunque enfrenta otro de igual relevancia: si persistir en su antigua alianza con el centro, o mirar a su izquierda.
5.Implicancias.
La alta fragmentación de la convención constituyente, con diversos grupos en el que ninguno será capaz de imponer sus ideas unilateralmente ni de vetar (porque ninguno, por sí mismo, cuenta con el tercio de los escaños), obligará a los actores a llegar a amplios acuerdos. Esto es positivo, precisamente porque la crisis del arreglo constitucional aún vigente se explica, en gran medida, por la imposición unilateral de la misma constitución (legitimidad de origen), y por la exclusión sistemática de partes significativas de la ciudadanía de las decisiones (legitimidad procedimental).
El que la derecha tenga menos de la cuarta parte de los convencionales, en principio la transforma en un actor irrelevante para esos acuerdos, pues se torna factible (al menos en el papel) concordar una constitución sin necesidad de recurrir a sus votos. Es de relevancia histórica, sin embargo, que la derecha haya perdido la capacidad de vetar acuerdos, de la que hizo amplio uso desde 1990 al amparo de normas de estatus constitucional diseñadas explícitamente para actuar como freno de mayorías hostiles a sus intereses. A grandes rasgos, el 79% del “apruebo” de octubre pasado se replica en el 76% de constituyentes que concurrieron a la elección en listas alternativas a la derecha. El arco del apruebo ofrece, en principio, la posibilidad de un acuerdo democrático sin las cortapisas de las décadas precedentes, pero ello dependerá de la capacidad de los diversos actores de negociar, flexibilizar posiciones y llegar a acuerdo. Con todo, es menester tomar una cauta distancia del supuesto de que los alineamientos futuros dentro de la CC pueden anticiparse a partir del clivaje derecha-izquierda. Como se ha explicado más arriba, el clivaje elite-pueblo también tiene un peso específico, que podría dificultar alianzas en un sentido y abrirlas en otros. Por ejemplo, la convergencia “natural” entre la lista Apruebo Dignidad (FA-PC e independientes de izquierda) y la Lista del Pueblo es posible si predomina la ideología, pero resulta mucho más difícil si predomina el sentimiento anti-partidos y anti-elites. Tampoco es posible anticipar cómo se van a alinear en las distintas temáticas las representantes de los pueblos originarios, más allá de la cuestión del reconocimiento constitucional y la autonomía, sobre la que ya sabemos su posición. Los bloques no están todavía formados, y es probable que vayan cambiando según el tema. Los 104 votos necesarios para aprobar los contenidos de la próxima constitución deberán salir, en principio, de los 118 escaños ocupados por convencionales de listas alternativas a la derecha.
Otra de las cuestiones a discernir en los próximos meses es si esta configuración de fuerzas se replicará o profundizará en noviembre. En efecto, las próximas presidenciales y parlamentarias podrán confirmar (o no) el desplazamiento a la izquierda y la fuerza del mundo independiente y vinculado a los movimientos sociales que proyecta la CC. Esto dependerá, entre otras cosas, de si la Lista del Pueblo aprovechará su notoriedad para competir en las elecciones parlamentarias y la presidencial, y de hasta qué punto esta lista podrá converger con el FA, el PC y el amplio arco de convencionales independientes y de los pueblos indígenas. La conformación del elenco de candidatos al parlamento por parte de estos actores se anuncia como un proceso clave, pues si es cierto que el clivaje elite-pueblo es fundamental, es probable que los partidos de la izquierda prefieran introducir rostros nuevos, provenientes del activismo de base, o sin filiación partidaria previa, para competir en forma más efectiva con la lista del pueblo.
Por último, cabe mencionar la interrogante que deja planteada el alto nivel de abstención. Un 57,5% no participó en las elecciones, poco más de un millón de votantes menos que en el plebiscito constitucional de octubre pasado. Es un hecho que la abstención electoral ha echado raíces en Chile, y que no parece explicable por asuntos relativos a la oferta política (atractivo de los candidatos, de los partidos, la oportunidad de votar) en una jornada que se celebró en dos días consecutivos. Este será ciertamente uno de los temas en los que la CC tendrá oportunidad de normar y eventualmente ayudar a corregir.