Estaba programado para el día 19 de marzo del 2020, el lanzamiento de la segunda edición (más bien, la “segunda vida”) del libro “¿Un nuevo silencio feminista? La transformación de un movimiento social en el Chile posdictadura” del año 2003, basado en una investigación realizada en Santiago, Valparaíso y Concepción[1], con entrevistas a militantes, activistas, académicas y muchas mujeres que fueron parte de la historia del feminismo chileno en el período que va desde el plebiscito del 88 hasta el fin del milenio.
El renacer de esta publicación, se debía justamente al apogeo de las movilizaciones feministas masivas comenzadas el 2018 y agudizadas con el estallido social del 18 de octubre del 2019 , que hacían muy necesaria la memoria histórica en un momento donde, en especial las nuevas generaciones, tenían mucha sed de conocimiento de la genealogía del feminismo, pues era claro que todo el fervor vivido en los últimos años de la segunda década del milenio, no habían surgido por generación espontánea.
Sin embargo, la entonces incipiente pandemia del coronavirus, imposibilitó que este re lanzamiento se llevara a cabo presencialmente como estaba planificado. Sin saberlo del todo aún, estábamos en presencia de un fenómeno que movería los cimientos del aparentemente sólido sistema capitalista en el mundo entero, como lo fue la crisis sanitaria.
El crítico año 2020 fue para el movimiento de mujeres y feminista, un momento clave para pensar el feminismo como actor político de primera línea. Tras el silencio feminista de los 90s, se fue gestando en lo más profundo del cuerpo social, una fuerza que demoró casi 20 años en sacar la voz públicamente y salir de los espacios puramente feministas. La revuelta en gran medida, traía en su médula las demandas históricas del feminismo y también la urgencia de sobreponer el grito frente al silencio.
Tras las grandes protestas del 2019, vino el acuerdo por cambiar la Constitución. Este momento histórico fue interrumpido por la pandemia, mas no detenido. En octubre del 2020 la opción Apruebo ganó con un contundente 80%. La proliferación de candidaturas no se hizo esperar y por supuesto, los discursos feministas fueron clave a la hora de erigir posibles constituyentes con un discurso acorde a los tiempos.
Será la primera constitución paritaria en todo el mundo en cuanto a la composición de sus constituyentes, lo que sin duda marca una diferencia sustancial con otros procesos similares, pero ¿será este hecho una suficiente garantía de que estemos frente a una constitución feminista? ¿Se puede hablar de una Constitución feminista? Tras el estallido, se dejó en claro que una discusión constitucional debía hacerse cargo de las demandas mas fuertes del movimiento y los problemas de fondo que han aquejado a las mujeres, entre ellos, el más relevante es sin duda la violencia de género y en este sentido, el texto constitucional no evoca de manera explícita en ninguna parte, esta problemática. De hecho, solo se menciona la palabra violencia una sola vez, en el artículo 19 nº 15, para referirse a la declaratoria de inconstitucionalidad de partidos u otras asociaciones que hagan uso de la violencia como método de acción política. Las especificidades de las mujeres y de las diversidades sexo genéricas no aparecen, son invisibilizadas, pese a que los esfuerzos del movimiento feminista de los últimos tiempos han puesto mucho énfasis en normar la prohibición de la violencia hacia las mujeres de manera muy enérgica.
Y en esto, las cifras nos ayudan a explicarlo. Sólo en el año 2020, la violencia de género mostró su cara mas dura: en medio de la pandemia, los femicidios frustrados subieron a 151 casos, la cifra mas alta de los últimos ocho años. En este mismo año, el total de femicidios fue de 131 según el Ministerio de la Mujer, del cual sólo el 14,5% de los juicios está concluido y el 51% se encuentra en proceso. Casi un tercio (27% de los casos) de los imputados se suicidaron, por tanto no tuvieron juicio ni menos hubo justicia para las víctimas.
La figura del femicidio se reconoce recién el año 2010, con la modificación de la Ley 20.480 que introduce esta figura jurídica, pero limitándolo a la relación de parentesco o de convivencia. Fue el mismo año 2020 que se publicó, tras un enorme despliegue del movimiento feminista, la ley 21.212, conocida como Ley Gabriela, que amplifica la figura anterior y sitúa la violencia de género más allá de los límites familiares o de vinculación marital, dando una forma más integral a la violencia de género.
Sin embargo, que estos cambios sustanciales en lo legislativo relacionado a las violencias, sean reflejados en la discusión de la nueva carta magna, es aún un desafío importante, dado que el lenguaje constitucional está pensado en un sujeto específico que es el masculino, que relaciona el termino violencia a otras instancias. Con esto se borra del mapa las especificidades del género en dichas violencias.
Otro tema que explotó en la pandemia fue la visibilización de las inequidades de género en el tema de los cuidados (a niños, niñas, adultos/as mayores, enfermos dependientes), no existe en Chile ninguna solución al tema de la organización social de los cuidados, no hay políticas públicas que puedan absorber de manera eficaz este asunto público, pues aún es visto como un asunto “privado”. La magnitud de la brecha de género en este campo es abismal, y se puede palpar en las cifras de participación laboral de las mujeres , tasa que en el año 2020 cayó en 7,6 puntos, llegando a un 45%, que es lo que existía en el 2004. Se ha retrocedido en 16 años en solo unos meses. En este aspecto tampoco se ve un repunte en el corto plazo, pues los planes de recuperación económica post Covid19, también están pensados en clave patriarcal partiendo del hecho de que se dará prioridad a los rubros con predominancia masculina como los de la construcción y el transporte, dejando en prioridad secundaria aquellos sectores donde las mujeres tienen mayor presencia, sumado a que no aún hay solución para que los niños/as puedan volver a clases de manera segura, por tanto, la sobrecarga de los cuidados en el hogar también recaerá sobre las mujeres. Pensemos además que en rubros con alta prevalencia femenina, como por ejemplo, la salud, donde el 70% de la fuerza laboral son mujeres, tampoco tienen resuelto a niveles institucionales o sindicales el tema de los cuidados, sumando al exceso de trabajo debido a la pandemia, las brechas salariales, el stress y el miedo al contagio, el tema de la extenuante doble jornada con el trabajo el hogar se vuelve una barrera tan grande, que llega al punto de bajar la participación laboral femenina a un 45%.
Estos son algunos de los hechos que han saltado al debate público, pero no los únicos, donde se evidencia que las mujeres y las diversidades sexo genéricas se ven expuestas a una vulnerabilidad mayor. La visibilización de situaciones de alta contingencia, como la prohibición del aborto, la militarización del territorio Mapuche y la depredación extractivista, son temas que de manera inédita en Chile, han sido resaltados con mucha fuerza y brío, demostrando que las feministas en realidad nunca estuvimos ni estamos ni estaremos en silencio total.
El vociferante malestar se tomó las calles y se está tomando las leyes.
Es de esperar que asimismo, pueda tomarse la construcción de ese mundo otro, a través de todos los espacios, ya que el silencio feminista de los 90s también mostró que legitimar sólo ciertos espacios democráticos conlleva a un anquilosamiento del movimiento y de la construcción de tejido social.
Es de esperar que este vociferante malestar se haga carne y no solo grito y que encontremos en éste, la base de un diseño político que logre de una vez por todas, poner la vida - y no el dinero - en el centro.
[1] Realizada por las autoras Marcela Ríos, representante asistente adjunta del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Chile, Lorena Godoy, investigadora del Centro de Estudios de la Mujer (CEM) y docente en la Universidad Diego Portales y Elizabeth Guerrero, asesora en Género y Gobernabilidad del PNUD en Chile.