Sebastián González, codirector de documental sobre protestas antimigrantes de 2021 en Iquique: “Había mucha descomunicación, muchos discursos en torno al miedo provenientes de ambas partes”.

Entrevista

En 2021, masivas y violentas protestas estallaron en Iquique, capital de la región de Tarapacá. Según estimaciones oficiales, alrededor de 5.000 personas atacaron a migrantes irregulares procedentes fundamentalmente de Venezuela, destruyendo sus campamentos y pertenencias, al tiempo que batían consignas nacionalistas y banderas chilenas.

Desde entonces, la relevancia pública sobre el fenómeno migratorio se ha agudizado: medios de comunicación y sectores políticos de derecha y ultraderecha lo enlazan permanentemente con temáticas tales como delincuencia y narcotráfico, moldeando así una discusión encerrada en juicios sociales simples y carente de sentido crítico.

Documental Si vas para Chile

En el marco del Día Internacional de las Personas Migrante y poco después de que José Antonio Kast fuera electo presidente de Chile, entrevistamos a Sebastián González, codirector y productor del documental Si vas para Chile, que profundiza en este ominoso episodio y será proyectado en cines en Chile próximamente.
 

¿Cómo se originó la idea de llevar a cabo este documental?

A fines de 2021, ocurre la marcha antimigrantes. Estaba con Amílcar Infante, tenemos una productora juntos. Nos enteramos de esto a través de los medios como muchos acá en Santiago. La mamá de Amílcar es venezolana. Él vivió un tiempo en Caracas, más o menos diez años, ha migrado mucho. Yo también he vivido fuera de Chile, mi familia, mis abuelos tenían procedencia migrante.  En un contexto de pandemia, vimos esta foto, esta foto famosa de un hombre arrojando un coche de bebé al fuego, y los videos también de toda esa purga que se había gestado en Iquique, de todo este patriotismo, nacionalismo extremo. Lo loco, de alguna manera, es que se dejara que esto pasara, que es una cosa que no se cuestiona mucho. Había policía, estaba la fuerza pública, y se miró hacia al lado. Entonces decidimos ir al norte a explorar, principalmente, a entender qué es lo que estaba ocurriendo, a tratar de capturar el clima. Así se comienza a gestar esta película. El 2022, fuimos para allá, en febrero. Y luego volvimos en invierno. Teníamos un contacto de una organización que habíamos conocido que se llama AMPRO [siglas de Asociación Asamblea Abierta de Migrantes y Pro Migrantes de Tarapacá]. Fue clave para poder detectar muchos de los casos. Es una asociación civil de segundas generaciones de migrantes de distintas nacionalidades, principalmente de Latinoamérica, con muchas mujeres que han logrado insertarse, sacar sus carreras, que han vivido lo que es ser migrante. Daban seguimiento, hacían una suerte de recopilación de casos, y trataban de poner en la palestra temas que estaban ocurriendo muy graves, de abusos.
El momento que documentaron fue altamente crítico.

 ¿Construyeron una estructura narrativa que les permitiera decidir no solo qué grabar, sino también cómo hacerlo?
El proceso fue más bien experimental, fue exploratorio. Nosotros llegamos a empaparnos de todo lo que estaba sucediendo allá de una forma bien investigativa, mucha entrevista, hacer redes. Fue todo también “boca a boca”. La misma gente nos fue conectando con otras personas. El registro del espacio fue en gran parte eso también. Nosotros hicimos un viaje a Colchane para hacer el trayecto principal que estaban haciendo los migrantes, de Colchane hacia Iquique. Y luego vino el proceso de montaje, que fue otro viaje, un encuentro con todo este material donde buscar las posibilidades de entender qué lenguajes podía tener la película, qué códigos, cuál era la manera de hacer que fuera honesta, coherente, emotiva. No queríamos hacer algo tan periodístico, sino algo más poético, en la línea del documental creativo. Hacer una película, una experiencia en sala, siempre estamos pensando en eso, en poder generar un espacio a través de la película de sensación, de encuentro, de lo que se trata el cine. Fue un proceso de mucha iteración, de ir a encuentros de la industria y recibir feedback, ir retroalimentándose para encontrar el lenguaje de la película.

Durante el rodaje, ¿cuáles fueron los aspectos que más te impresionaron sobre lo que estaba ocurriendo? ¿Ese proceso cambió la forma en que entendías el fenómeno migratorio?

Independientemente de que con Amílcar tenemos nuestra opinión, nuestras posturas personales y políticas, fuimos abiertos a lo que encontrábamos, tratando de no ser ingenuos, entendiendo que hay un problema complejo, que no tiene blancos y negros. Hay víctimas en ambos lados del espectro. Mientras estábamos allá, por ejemplo, ocurrió el asesinato de un camionero chileno, que generó un paro nacional del gremio de camioneros y una presión política y una rabia que pudimos capturar de algo que no deja de ser una tragedia, obviamente. Se entiende la rabia, se entienden muchas cosas. Finalmente, lo que encontramos fue mucho miedo, y un discurso de alienación, si se quiere. En ese momento nos decían, por ejemplo, que si nos movíamos un par de cuadras fuera de la costanera principal en Iquique nos iban a robar los equipos, que la situación estaba muy mala, que estaban habiendo secuestros, robo de órganos, cosas muy magnificadas, que hasta cierto punto suenan extrañas. Había poca información, la comunicación y el transporte estaban todavía muy interrumpidos por la pandemia. Cuando decidimos ir a Colchane, nos decían que estaban asaltando en el camino, que iban a poner piedras en el camino y nos iban a quitar el auto que habíamos arrendado para movernos por la zona. Y por la parte de los migrantes, cuando los encontramos en Venezuela, también había mucho mito, había mucho “dicen que en el kilómetro tanto un camionero atropelló a unos migrantes en el camino, que está pasando tal cosa, que está tal lugar cerrado y los están devolviendo…”. Había mucha descomunicación, muchos discursos en torno al miedo provenientes de ambas partes. Lo que más sentimos es que hay un abandono, se siente, la gente lo habla, independientemente del color político, si es chileno o migrante o lo que sea, se hace notar y se siente un abandono del Estado en un territorio también en el desierto, que tiene un simbolismo particular y una historia muy fuerte, desde las salitreras. Carga con un peso muy fuerte. Nosotros pensábamos, con esta lógica de la capital, que iba a ser muy difícil llegar a ciertos testimonios. Y logramos conversar con militares que estaban en la frontera, jefes de policía, alcaldes, que no quedaron en el corte porque queríamos enfocarnos en la gente, la gente que ha vivido esto, sin involucrar autoridades con ese discurso más bien oficial que tenemos todos los días. Pero no fue complejo generar el espacio para que ellos hablaran. La gente quería hablar, porque se sentía abandonada, sentía que no la habían escuchado, y creo que eso es muy representativo de lo que vive la región y de lo que trata la película.


¿Cuál ha sido la valoración del público al documental?

El documental ha tenido estrenos en festivales importantes. En México hemos estado hartas veces. Hace poco estuvimos incluso en Tijuana presentando la película, en la frontera de México con Estados Unidos. En Canadá también, en Francia, Kosovo. La gente que va a ver la película se siente convocada por la temática que presenta, que resuena con cosas que se están viviendo en sus países, con problemáticas que se están viviendo hoy en sus ciudades o regiones. Una de las particularidades de este proceso migratorio es que gran parte de la diáspora venezolana ha sido acogida por países del mismo continente. Un colega nos comentaba que en África ocurre un proceso similar. Se conocen mucho los casos de las pateras y de personas de África que migran hacia Europa. Pero la gran mayoría de los movimientos migratorios se producen dentro del continente por la desertificación que está ocurriendo. Es un fenómeno con el que vamos a tener que lidiar, no es algo temporal, sino que se que va a profundizar incluso en las próximas décadas, y por lo mismo es más necesario que nunca una coordinación a nivel de política de Estado, lidiar con el tema de una manera responsable y crítica, más allá de los usos políticos y el aprovechamiento político que se hacen al respecto y que es peligroso finalmente. Toda esta inyección de miedo, de discurso que se repite por los medios constantemente, que nos tiene hoy con un gobierno de extrema derecha en Chile y en muchas partes del mundo, lleva a toda esta respuesta violenta que no se acaba. Nosotros capturamos ciertos testimonios, ciertas cosas muy graves. Pero terminamos la película y ocurre lo de Milton Núñez, un migrante que es linchado por cuatro marinos ebrios en una esquina en Iquique. O lo de otro chileno en Santiago que en un pleito por un delivery apuñala a un chico, y sin tener ninguno antecedentes. Hay respuestas sociales que se empiezan a ver cuando uno alimenta con tanto odio, con tanto miedo. Esperamos con la película contribuir a atajar eso, a crear un espacio de conversación y de análisis más crítico. Una cosa interesante que ha pasado con los chilenos es que se sorprenden de las imágenes de la marcha antimigrantes. No la recuerdan. En el discurso está muy instalado el secuestro, el narcotráfico, Tren de Aragua, portonazos, en fin. Pero estos otros episodios que han ocurrido en contra de familias también no se retienen, no están en el posicionamiento. Y es como “Oh, esto también pasó, esto tampoco está bien”. Y tiene que ver con la invitación que queríamos hacer a complejizar el problema sin rehuir de lo otro, convocando a esa gente que tiene opiniones negativas o incluso que odia a los migrantes para que pueda experimentar el lado opuesto, pueda regularse, entender que quizás hay algo más grande detrás.


El triunfo de José Antonio Kast en las elecciones del pasado domingo inaugura un nuevo ciclo político en Chile. Así, ¿cómo puede impactar el documental en la opinión pública?

Siendo super honesto, el cine documental enfrenta un momento bien complejo. Es difícil distribuir en cines en general. Después de la pandemia, se generó un cambio importante en el consumo por las plataformas. Quiero decir que es un desafío. Por cierto, queremos que la película se vea lo más posible. Vamos a luchar para eso. Contamos con Miradoc, que es un distribuidor de documentales importante, hay un trabajo ahí. En toda las funciones en que hemos estado, se genera una conexión y un espacio de discusión. Hay gente que se ve muy conmovida, que se pone a llorar, que le toca mucho la película. El tema de las infancias siento que ha resonado mucho en la gente. Si bien está muy estigmatizado el migrante, y además el migrante pobre, como algo indeseable, que produce rechazo, cuando se ve un niño en una situación así, de violencia, tan dura, conmueve. Mucha gente se queda también hablando, compartiendo sus opiniones, complejizando en torno a lo que les ha tocado vivir. Estamos evaluando posibilidades de trabajo de impacto como llevar la película a comunidades, por ejemplo, donde haya una alta población migrante, a centros culturales, a municipalidades, a todos los espacios que quieran hacer encuentro social en torno a la película. En este contexto, es más necesario que nunca. José Antonio Kast no lleva ni un día [como presidente electo] y ya empezaron los discursos cruzados con Maduro, y obviamente todo este sector de derecha y ultraderecha más va a encender el odio. Creo que es un período en el que habrá que ser cauto y cuidadoso respecto de los discursos y cosas que van a pasar, y generar espacios de encuentro y de discusión, de opinión, en torno a los vecinos, en torno a la gente de a pie. Eso es lo que falta siento yo. Se ha interpuesto un velo de los medios de comunicación que nos ha separado mucho y no somos tan distintos finalmente. Cuando nos empezamos a conocer, a compartir un poco más, surgen otras cosas.