Retos geopolíticos en los feminismos: Beijing +30 y la renovada marea neoliberal.

A pocos días de la celebración de la conferencia mundial número 69 sobre la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas, es imperativo examinar cómo la agenda de las mujeres se ha visto transformada por la irrupción de corrientes populistas antidemocráticas. A pesar de los cambios logrados desde la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing de 1995 - el principal documento de política mundial sobre igualdad de género -, estas corrientes desafían las estructuras que habían dominado durante décadas, añadiendo una nueva dimensión a los desafíos por la equidad de género en el mundo.

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Este revés multifacético impone una urgencia a las feministas contemporáneas, pues no sólo distorsiona las luchas originarias, sino que enreda la identidad y los objetivos fundamentales del movimiento. La avanzada anti democrática por su parte, ha sido muy estratégica y tiene una sólida estructura económica que la sostiene.

Así y todo, en 30 años de la implementación de la plataforma de Beijing, de Naciones Unidas, las cifras del Informe Global de la Brecha de Género revelan que al ritmo actual, lograr la plena paridad tardará 134 años en alcanzarse, es decir, en 2158, dentro de unas cinco generaciones. De las cuatro brechas de género (y los 146 países) cubiertas por el índice, la brecha de género en Salud y Supervivencia es la más cerrada, con un 96%, seguida de la brecha en Logros Educativos (94,9%), la brecha en Participación y Oportunidades Económicas (60,5%). Le sigue la brecha de Empoderamiento Político (22,5%).

Harán falta otros 20 años para alcanzar la paridad en los logros educativos, 169 años para cerrar la brecha en el Empoderamiento Político y 152 años para alcanzar la paridad económica. El tiempo para cerrar la brecha de género en Salud y Supervivencia sigue sin estar definido, según el informe.

Se necesita inversión, sobre todo en los países en desarrollo cuya brecha no ha ido al compás de sus cifras económicas. La inversión estimada necesaria para alcanzar la paridad de género en 2030, basada en el gasto público actual, sería de 360.000 millones de dólares al año[ https://www.weforum.org/publications/global-gender-gap-report-2024/].

Como se puede apreciar, la reducción de las brechas de género ha sido lenta y a menudo insuficiente, lo que ha llevado a un cuestionamiento de la efectividad de estas plataformas. Este argumento ha cobrado mucha fuerza en ciertos grupos, donde han proliferado las autodenominadas “feministas conservadoras o neoliberales”, como si esa paradoja fuera posible. Han sido ellas quienes han promovido la idea de que las iniciativas actuales no abordan adecuadamente los problemas que enfrentan, sugiriendo que se destinan recursos significativos a causas que podrían ser percibidas como irrelevantes. Además, la llegada al poder de mujeres que lideran la ultraderecha ha desafiado la narrativa sobre el feminismo y el enfoque de género, al introducir una agenda que puede no priorizar el cierre de estas brechas y por el contrario, apuntar a perpetuarlas, lo que tensiona el debate sobre cómo los feminismos realmente contribuyen al avance de los derechos de las mujeres en contextos tan variados.

Para ellas, la estrategia ha sido clave y el escenario propicio, pues frente a una agenda progresista cuestionada y debilitada en muchos países, lograron usar recursos publicitarios de mercado para refrescar el discurso conservador y dar vuelta el relato, manifestando que el discurso feminista actual es “parte del problema porque es parte del sistema”, abanderándose de una postura anti sistema inédita en estos grupos, históricamente defensores del status quo.

La apropiación del lenguaje feminista clásico de la izquierda y sus símbolos, ha sido clave para desbaratar este andamiaje: Empezaron a hablar de “romper el techo de cristal” (Término feminista utilizado para describir las barreras invisibles que dificultan el acceso a las mujeres a cargos de poder y decisión) y redujeron el empoderamiento de las mujeres a la meritocracia, la competencia y el individualismo. Han incorporado muy selectivamente sólo a ciertos miembros de la comunidad LGBTIQ+, acomodando este modelo antes inclusivo y emancipador, a un férreo discurso de tintes nacionalistas, racistas y xenófobos. 

Enemigas acérrimas del feminismo, ostentan enormes contradicciones en sus vidas personales: la dos veces separada Marine Le Penn en Francia, la autodenominada “Mamma” italiana Giorgia Meloni, o Alice Weidel en Alemania, lesbiana, cuya pareja es una mujer nativa de Sri Lanka, dicen defender a rabiar, las familias tradicionales. Todas ellas escalando posiciones políticas a gran velocidad. Posiciones políticas que no tendrían sin el feminismo.

En Chile, estos modelos hacen resonancia y aparecen figuras como la filósofa y ciberactivista de ultraderecha Teresa Marinoivic, la ex Ministra de la Mujer y Equidad de género Isabel Plá, férrea opositora al aborto y la periodista y youtuber Magdalena Merbilháa. Se definen anti sistema, libertarias y anti globalistas, esto último, señalando específicamente las acciones de Naciones Unidas, crítica basada en una percepción de intervencionismo, amenazas a las soberanías nacionales y por supuesto, de difundir la agenda progresista, que critican profusamente.

Complejo panorama para Chile en año eleccionario, justo cuando las cifras en materia de género se estaban levantando: Este año, el país avanzó seis puestos respecto al año anterior, y se ubica en cuarto lugar dentro de Latinoamérica y el Caribe, región que alcanza un puntaje de paridad de género de 74,2%, convirtiéndose en la que ha dado el mayor salto en este indicador desde 2006, reduciendo su brecha general en 8,3 puntos porcentuales, con lo que sube 57 puntos en el ranking, lo que no es algo menor.

Este año, en el contexto de la evaluación de la plataforma Beijing, la extrema derecha será un actor relevante, pues aunque carece de soluciones efectivas en materia de género, presenta diagnósticos contundentes que explotan las desigualdades palpables. Su pragmatismo político les permite capitalizar el descontento social y es por eso justamente, que las estrategias, al menos desde Latinoamérica, deben tener miradas integrales, pertinencia cultural, respeto a las otredades que salen del molde de los feminismos occidentales y además presupuestos adecuados, que permitan implementar la estrategia. Sólo después de eso podremos dar la batalla cultural a la altura de la amenaza.