La Conferencia de las Partes en la Cumbre Anual que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), ha reunido a delegados de 196 países y al menos unos 40 mil participantes. En tiempos de pandemia, la seguridad e inclusión han sido dos de las principales críticas de la sociedad civil y, sobre todo, de los habitantes del Sur Global.
‘La COP más desigual de la historia’ ha sido una de las frases más repetidas incluso mucho antes de aterrizar en Glasgow, Escocia, donde se realiza esta cumbre después de dos años de ausencia. Hubo temas que preocuparon a los países del Sur Global y del que nadie, o muy pocos, se hicieron cargo: ¿Cómo se aseguraría las condiciones sanitarias? ¿Quiénes podrían viajar y atravesar océanos y continentes completos? ¿Qué vacunas estarían aceptadas por el Reino Unido? ¿Qué pasaría con los habitantes de países pobres donde la pandemia los volvió más pobres?
Hubo muy pocas respuestas a todas estas preguntas y casi todas se apoyaron en la autogestión, en resolver con poco lo que les afecta a muchos, en resolver en comunidad lo que sus Estados no hacen.
El contexto en que se realizaba este encuentro mundial era muy distinto a cualquier experiencia pasada: la Covid-19 dejó estragos económicos, sobre todo en los países en desarrollo, los más afectados por el cambio climático y la contaminación. Por eso esta reunión de líderes mundiales era esencial para avanzar en temas clave como los acuerdos pactados en París durante la COP21 de 2015 —en particular el artículo 6, que regula las normas para el comercio internacional de derechos de emisión de dióxido de carbono, un punto clave para aprovechar las fuerzas del mercado en la lucha contra el calentamiento global— como también el financiamiento al que se habían comprometido los países ricos en 2009 y cuya deuda se arrastra desde 2020 sin ninguna luz que indique algún cambio.
La expectativa también apuntaba a que los países presionaran para que al menos la mitad del dinero se destine a proyectos de adaptación al cambio climático y no solo a la reducción de emisiones, como pasa actualmente con la mayoría del presupuesto. Por otro lado, la ausencia de los líderes de potencias contaminantes como Vladimir Putin de Rusia, y el presidente chino Xi Jinpin, profundizaron la desconfianza desde la primera semana en Glasgow.
Desde el primer día de la COP26 el movimiento fuera del Scottish Events Center (SEC) donde se realizan los encuentros formales fue igual de movido que dentro. Manifestaciones, performances, declaraciones, carteles, gritos, algunos detenidos, los días sucedieron en la entrada de este mega centro de conferencias local entre presencia policial y lluvia intermitente de un otoño frío y húmedo.
Al primer sábado, de la primera semana, pocas cosas habían avanzado tanto como las demandas que se libraban en las calles: Una marcha de la juventud liderada por Fridays for future había reunido a miles de personas y Greta Thunberg declaraba que “la COP26 es un fracaso” y que el verdadero liderazgo estaba en las calles, no dentro donde solo reinaba el “bla bla bla”. Al día siguiente, indígenas llegados desde el Sur ocupaban la primera línea para pedir justicia climática, pero también social, porque van de la mano.
Por la noche, alrededor de un círculo de velas, una decena de representantes de las primeras naciones de América Latina —o Abya Yala como se le conoce a este territorio desde antes de la colonización española— entonaban canciones que eran también historias en las que se narraban sus orígenes, sus tradiciones, sus sueños y miedos. Formaban una minga o una minka, que en quechua se refiere a la vieja tradición de trabajo comunitario en beneficio de toda la sociedad y el buen vivir de la misma. Sentados en ronda, jugaron con algunos instrumentos, hablaron de sus territorios y denunciaron injusticias relacionadas al cambio climático. Ana Tijoux, artista chilena, se unió en medio de la minga y agradeció cantando Calaveritas, una canción que honra a los muertos.
También estaba Héctor Fabio Yukuna, indígena yukuna del departamento del Amazonas, Colombia, coordinador de las juventudes de su pueblo.
—Mi principal motivo es la voz de los pueblos indígenas. No importa si es de Colombia, no importa si es de un país. Por eso hablamos de una minga. Hablamos de un movimiento indígena, porque no solo somos un pueblo, somos muchos indígenas a nivel global. Es reconocer que existimos en los territorios. Vivimos dentro de los territorios— dice Héctor Fabio pronunciando lento cada palabra.
Para Héctor Fabio Yukuna la COP26 era la oportunidad de tomar decisiones certeras. Que sea la número 26 significa para él que no se están haciendo las cosas de forma correcta. Quiere decir, en sus palabras, que hay que escuchar a cada una de las personas que están marchando en el sol, en la lluvia, que están en las casas, en sus familias y están en nuestras tierras.
—Yo vengo aquí a que escuchen a los pueblos indígenas, que es una alternativa más para poder vivir como seres humanos, para vivir como personas, para darle un futuro a nuestras generaciones. No podemos seguir viviendo en el egoísmo. Al vivir como egoístas no estamos pensando en nuestros hijos y nuestros nietos. Ellos son quienes van a vivir aquí, de donde somos nosotros, donde nuestros abuelos, donde nuestros ancestros nos dejaron— dice Héctor Fabio Yukuna, también representante de la Organización Nacional de Amazonía Colombiana (OPIAC).
El miércoles 10 de noviembre salió el primer borrador de la COP26. En él los líderes mundiales expresaron “alarma y preocupación”, pero para la sociedad civil y activistas reunida en la COP26 Coalition no fue suficiente sino más bien vago y poco ambicioso. El primer documento presentado por la presidencia a cargo de Reino Unido, expresaba su preocupación por los daños ocasionados al planeta y hace un llamado a la reducción de gases contaminantes en un 45% para 2030 .
Ese mismo miércoles, en el Centre for Contemporary (CCA), una delegación de mujeres de Guatemala y México realizaban talleres, paneles y exhibiciones de videos con mensajes desde el otro lado del océano. Cinco mujeres provenientes de México, Canadá y Guatemala relataban sobre el escenario sus experiencias con el extractivismo, su trabajo en comunidad y cómo curan la tierra en una actividad bautizada en portugués como Cura da terra.
Andrea Ixchíu Hernández, maya-k'iche de Totonicapán en Guatemala, es parte de la delegación de Futuros Indígenas, a la que pertenecen diversos pueblos originarios que viajaron hasta Glasgow.
—Fue muy difícil poder concretar este viaje, pero somos persistentes y sabemos de la importancia que tiene poner nuestras voces también en estos espacios, desde el conseguir una acreditación hasta el llegar y querer participar como observadores de algunos espacios. Hubo muchas barreras desde la mala organización, la falta de claridad en los espacios hasta llegar a algunas negociaciones, por ejemplo, sobre algunos artículos de la declaración vinculada con las reparaciones y los daños, o con las soluciones basadas en la naturaleza y los esfuerzos de los pueblos indígenas fueron ignorados por los poderosos— dice Andrea Ixchíu Hernández.
Cuando se les preguntó a los organizadores de la COP26 porqué la prensa o los observadores no podían ingresar a ciertos plenarios y discusiones, la respuesta fue el aforo. Al mismo tiempo, en pasillos y accesos las filas eran interminables, las aglomeraciones caóticas y la preocupación por el aforo a las que apelaron las autoridades se esfumaba entre miles de personas con mascarillas esperando cada día.
Activista y periodista, Andrea Ixchíu Hernández dice que para ellas “fue impresionante ver que al llegar a ser observadores nos mandaban a una sala aparte del salón en donde no podíamos ver y estar presentes en esas negociaciones y lo hacíamos a través de una pantalla. Y entonces nosotros cuestionamos por qué nos hicieron viajar tanto, nos dijeron que íbamos a ser observadores y al llegar ni siquiera podíamos participar dentro. Nos podíamos haber ahorrado todo ese viaje, ¿no? Y hacerlo por una pantalla. Nos pareció que utilizaron justamente como pretexto todo el tema sanitario para justificar un mecanismo de exclusión”.
Con ella concuerda Isabella Villanueva, presidenta de la ONG Ceus Chile, quien este año participó en la COP26 como observadora. Villanueva ha tenido la oportunidad de participar de diversas reuniones, intercambios y también de hablar con diferentes personas de la sociedad civil provenientes de Chile, Latinoamérica, África y Europa.
—El sentimiento es el mismo— explica esta tarde de jueves en los pasillos de la COP26— Es poco inclusiva, pues hay muchas dificultades de participar, un país que es carísimo y eso merma la participación. Y yo creo que igual hay un sentimiento generalizado de que de cuánto se avanza realmente en estos espacios yo creo que son necesarios. Yo soy una fiel creyente en el multilateralismo, es completamente necesario para abordar complejidades como esta, pero no avanza al ritmo que necesitamos que avance.
Para la también ingeniera y ambientalista, el esfuerzo solo puede valer la pena si se saca algo en limpio de todo este proceso en una conferencia que ha pasado su plazo límite y las Partes han seguido negociando pasada las 18:00 horas, momento en que estaba anunciado el cierre de la cumbre. “Si no tiene un lenguaje vinculante, si no apunta al 1.5º C, si no logramos la meta de los 100.000 millones de dólares, si no logramos avanzar en adaptación, pérdidas y daños, está difícil. Entonces, por muy necesarios que sean estos espacios, creo que falta urgencia y esa urgencia la va a tener que empezar a poner la sociedad civil organizada y articulada en todos los países del mundo, en todas las regiones del mundo y también a nivel internacional”, dice Isabella Villanueva.
En este reencuentro presencial de las Partes se esperaba avanzar también en términos de transparencia y obtener nuevos objetivos, en pos de reforzar la confianza y entregar garantías de que los compromisos se cumplan más allá de que tengan o no obligatoriedad. Pero lo que se consiguió por la noche del sábado 13 estuvo más bien marcado por la frustración. Al cansancio se sumaba la decepción de un acuerdo que no respondía a “la última oportunidad para el planeta” de la que tanto se habló.
El texto hace mención al carbón, precisando que es la principal fuente del calentamiento global y se creó un compromiso para reducir su uso, pues India y China impidieron que el documento final hablara de eliminación gradual como fuente de energía, pero no existe ninguna mención para terminar con el gas y el petróleo, ambos combustibles fósiles responsables del calentamiento global. El acuerdo final habla también de un incremento en el financiamiento para que los países puedan enfrentar el cambio climático.
El texto final, bautizado como Pacto Climático de Glasgow también solicita que los países actualicen sus contribuciones determinadas a nivel nacional (las NDC, por sus siglas en inglés) para finales de 2022, yendo más allá del Acuerdo de París que pide una actualización cada cinco años. Además, todos los países que lo han suscrito deben entregar un informe con un plan detallado sobre sus emisiones. Además se menciona “la reducción de las emisiones globales de dióxido de carbono en un 45% para 2030 en relación con el nivel de 2010 y a cero neto a mediados de siglo, así como reducciones profundas de otros gases de efecto invernadero”.
A lo anterior se suma la negativa de Estados Unidos y la Unión Europea, es decir los países ricos, de destinar financiamiento para enfrentar las consecuencias actuales por la crisis climática, pero sí se comprometieron a ponerse al día con los 100.000 millones de dólares pactados en 2009.
Tarde e insuficiente, lo acordado en Glasgow reafirma la sospecha con que se inició la COP26: pocos avances y escasa ambición. Lo cierto es que los resultados se verán en el terreno, cuando se vayan cumpliendo las metas pese a no ser vinculantes. El resultado, o parte de él, se sabrá el próximo año en Egipto, cuando las Partes se encuentren nuevamente para la COP27 aun con más urgencia para detener el calentamiento global.