El Oro Verde: La Palta (aguacate) como pesadilla

Verde, cremoso y saludable: la palta (aguacate) es una super fruta. Pero su producción duele.  Los habitantes de la región chilena de Valparaíso hablan de pésimas condiciones de trabajo, animales muertos, devastadores daños ambientales  y hombres armados sobre camionetas. Una empresa suiza también está involucrada. Un reportaje.

El Oro Verde: La Palta (aguacate) como pesadilla

Bandas verdes en el horizonte.

En las laderas de las montañas de la región de Valparaíso, a una hora al norte de la capital, Santiago, se han estado cultivando paltas para el mercado europeo desde la década de 1990. La flora original es destruida con ayuda de maquinarias para este propósito. En tanto, las plantaciones de palta crecen en cadenas casi infinitas, y cada año hay más y más.

Las plantaciones se riegan por goteo. El agua se bombea desde las montañas con kilómetros de mangueras. En el valle, mientras tanto, el agua se está volviendo un bien cada vez más escaso: el nivel de las aguas subterráneas disminuye cada año.

"En los años secos, nosotros, los campesinos simples, prácticamente no obtenemos más agua para nuestros campos", dice el agricultor Marcelo Díaz. En el año 2014, luchó contra la propagación de las plantaciones de palta, después que lloviera escasamente en todo el invierno de ese año. En ese momento, las plantaciones se estaban extendiendo masivamente. Desde la casa de Díaz, se podían ver los bosques talados. Los helicópteros volaron sobre los campos para rociar los pesticidas a gran escala.

El problema del agua asociado a los gigantescos monocultivos de palta es ahora bien conocido. En los últimos años, ha existido una amplia cobertura en los medios de comunicación principalmente   de lengua alemana (https://www.youtube.com/watch?v=lWqUSGJg1eU&t). Por otra parte, se ha informado poco de otros problemas relacionados con el cultivo de la fruta de moda: El uso masivo de plaguicidas, las precarias condiciones de trabajo y el hecho de que los críticos locales experimenten amenazas físicas. Todo esto ha cambiado profundamente la vida de la población local en el curso de la expansión masiva de las plantaciones de paltas.

El último en la lucha

El trabajo duro, los bajos salarios y la falta de normas de seguridad llevaron a un grupo de trabajadores de Llay-Llay a formar un sindicato en el año 2017: "Al principio teníamos 150 miembros pero entonces casi todos fueron despedidos La administración no estuvo de acuerdo con el sindicato y despidió a la mayoría de los miembros”, dice Alberto Carrasco. El sindicato buscó ayuda legal y al menos pudo obtener una indemnización por despido. Desde entonces, han estado luchando por el mínimo. En diversas controversias jurídicas fue posible que la empresa se haya puesto al día con las contribuciones sociales y que las condiciones de trabajo mejoraran ligeramente.

Estamos en el centro de la pequeña ciudad de Llay-Llay, unos veinte hombres están sentados en un salón. Todos ellos llevan máscaras higiénicas, sus caras y manos son testigos de los años de duro trabajo manual bajo el sol. Son el núcleo principal del hasta ahora único sindicato en las plantaciones de palta en Chile.

El trabajo ha dejado su marca en los hombres. Recoger paltas todo el día en pendientes empinadas es difícil y agotador. Todos sufren de dolor de espalda y de las articulaciones. Durante la cosecha, las cestas que pesan alrededor de 30 kilos son llevadas a la espalda, con largas caminatas de arriba a abajo. Las lesiones sólo se reportan parcialmente a las mutuales para mantener las tarifas bajas. No hay instalaciones de higiene en los campos de trabajo, y la comida se come en el mismo campo, entre el veneno para ratas y los pesticidas rociados a los árboles.

Después de que los trabajadores se unieron al sindicato, se les prohibió trabajar en la cosecha. Supuestamente para proteger su salud. Pero sospechan que hay represalias detrás de la medida. Al cosechar, se les paga según la cantidad de paltas cosechadas. Cuanto más paltas cosechen, más altos serán los salarios. "Hoy en día somos principalmente responsables del regadío. Eso ha reducido nuestros salarios a más de la mitad", dicen unánimemente los trabajadores. El salario básico normal en las plantaciones de palta es de unos 350 a 400 mil pesos chilenos. Durante la cosecha, los recolectores rápidos pueden ganar hasta un millón de pesos.

Después de la cosecha, las paltas se llevan a enormes instalaciones de envasado justo al lado de los campos, los llamados “packing”. Aquí se trabaja hasta doce horas al día, bajo una presión de producción constante y, además, con el permanente ruido de las máquinas. Los trabajadores que se afiliaron al sindicato en el año 2017 y que fueron posteriormente despedidos hablan de malos tratos por parte de sus superiores. "Nos gritaban y abusaban constantemente. Los que se resistieron o se enfermaron perdieron sus trabajos". Durante las horas de trabajo, se habrían sentido como "esclavos del trabajo": "Gobernaban nuestro tiempo". Las pausas para el almuerzo se cancelaban o se posponían a menudo de forma espontánea, lo mismo con la ampliación de dos a tres horas diarias de trabajo extra.

Marcela, una antigua trabajadora, recuerda que una compañera, estando bajo fuerte presión y estrés, metió su mano en una máquina. Ésta tuvo que ser amputada. "Nos trataron terriblemente". Todos los días se les dijo que podían ser reemplazados inmediatamente. "El jefe me decía afuera del packing había suficiente gente que necesitaba encontrar un trabajo”. Otra persona agrega: "Hasta el día de hoy, nuevos trabajadores vienen todos los días, porque los antiguos no pueden soportar más la presión".

Desde que se fundó el sindicato en el año 2017, cada vez se contratan más trabajadores a través de subcontratistas. Son en su mayoría propietarios de minibuses, que firman contratos con las empresas. Las consecuencias son la falta de contratos de trabajo y de garantías para los trabajadores. Ellos dicen que los empleados de los subcontratistas tienen salarios más bajos, son enviados a un hospital público en caso de accidentes y no tienen derecho a seguir pagando sus salarios en caso de enfermedad - la mayoría de las veces son simplemente despedidos. Para estos trabajadores es casi imposible unirse a un sindicato.

Un "desierto verde"

En su teléfono, Bahamondes, el presidente del sindicato, muestra un zorro muerto. Los trabajadores están enrabiados por la muerte masiva de animales en las plantaciones. Mientras trabajan ven principalmente zorros, búhos y ratas muertas. Todas completamente desecadas. Ellos culpan al uso masivo e incorrecto del veneno para ratas. El veneno debe ser puesto en tubos de plástico largos y estrechos y distribuido en los campos. Pero a menudo no se coloca adecuadamente y se tira a mismo campo una vez alcanzada la fecha de caducidad.

"Las plantaciones de palta son desiertos verdes", dice la activista María Elena Rozas. En las plantaciones se utilizan por lo menos 15 plaguicidas diferentes altamente tóxicos. "Muchos vienen de la Unión Europea y uno de los más utilizados es el de Syngenta en Suiza", dice Rozas. Se trata del tiametoxam, que está prohibido en la Unión Europea pero todavía se puede utilizar en Suiza y Chile. El insecticida es en parte responsable de la muerte masiva de las abejas.

Rozas enumera otros plaguicidas: Además del conocido glifosato, menciona también el clorotalonil, que también comercializa Syngenta y está prohibido en Suiza. Este fungicida es cancerígeno y se utiliza para controlar el ataque de hongos en los paltos. "Las plantaciones de palta utilizan un cóctel de toxinas que eliminan toda la biodiversidad", dice la activista. "Aquí no queda nada más que paltas".

Veneno en el aire

Pero no es sólo la biodiversidad la que está siendo eliminada por el veneno. "Estos plaguicidas no sólo destruyen la fauna y la flora", dice Rozas, "sino que también envenenan a la población local". Especialmente cuando los químicos son rociados por helicópteros y drones. Por ley la población local debe ser advertida con antelación para que no esté al aire libre mientras se rocían los venenos. Pero no lo son. Según declaraciones de los vecinos de las plantaciones, nunca han sido advertidos antes de que las sustancias tóxicas fueran liberadas sobre sus cabezas. Después de varias protestas, al menos consiguieron que los helicópteros hicieran sus rondas un poco más lejos de los lugares habitados.

El geógrafo Jean-Pierre Francois de la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso está preocupado por la situación actual. "Hemos comparado fotos de satélite y observamos una constante expansión de las plantaciones de paltas."

A él también le preocupa el daño a la salud de la población. "Hay pocos estudios sobre el uso de plaguicidas en los monocultivos", dice François. "Pero todos ellos indican que los pesticidas aumentan masivamente el riesgo de cáncer e infertilidad". Algunos de los estudios involucraban a escolares vecinos de plantaciones pero que nunca habían estado ahí. También se encontraron niveles extremadamente altos de sustancias tóxicas. "El uso de pesticidas envenena territorios enteros", dice el profesor.

El agua subterránea también está contaminada con los productos químicos tóxicos. El geólogo Román Quiroz lo demuestra. Ha medido los niveles de compuestos de sodio y cloruro en varias fuentes de agua potable en Petorca, a una media hora de Llay-Llay. Petorca se hizo famosa en todo el mundo porque las plantaciones de palta aquí han secado pueblos enteros. Las más cercanas a los paltos tienen niveles de nitrato muchos mayores. Mientras que los iones de cloruro apenas están presentes. Esto prueba, según Quiroz, la influencia de los productos rociados en el campo, entre ellos plaguicidas. El uso de fertilizantes aumenta el contenido de nitrado, pero reduce la cantidad de iones de cloruro, que son conservativo. Desafortunadamente no se miden otras sustancias químicas, dice el geólogo. "Pero debemos temer que estos van en aumento".

El latifundista

Después de que la gente saliera a las calles por un corto tiempo en el año 2015 contra las plantaciones de paltas, se estableció una aparentemente calma. Jorge Schmidt, el dueño de la mayoría de las plantaciones de palta en Llay-Llay, había implementado un sistema de zanahoria y palo. Por un lado, financió la expansión de escuelas, carreteras e iglesias. Por otro lado, había actuado en contra sus críticos, dice el agricultor Marcelo Díaz mencionado al principio del texto.

Díaz fue durante mucho tiempo dirigente de una organización local para el regadío - y crítico de manera pública las plantaciones. Con el fin de deshacerse de él, Schmidt se ofreció a financiar las modernizaciones necesarias para la organización el sistema de regadío de los campos. "A cambio, hizo una sola demanda", dice Díaz, "que debo renunciar a la junta."

Y esto es sólo un ejemplo. Cuando en octubre del año 2019 todo el país se vio sacudido por el estallido social, Schmidt temió que la ira se desatara también contra él. La profesora Alejandra pasaba en una tarde con su hija de 15 años por las calles para colgar carteles hechos a manos: "Exigimos el fin de la violencia policial y un nuevo sistema de pensiones". De repente, un auto blanco se detuvo junto a ella. En el auto estaba el jefe de seguridad de la plantación. Le exigió que quitara los carteles y le preguntó varias veces si tenía algo en contra de las plantaciones de paltas. Cuando Alejandra se negó a quitar los carteles, una camioneta se acercó. Hombres maceteados salieron de ella y se presentaron como empleados de Jorge Schmidt. Afirmaron que eran ex-militares y que tenían derecho a llevar armas. Finalmente le mostraron varios rifles en la parte trasera de la camioneta. "Este fue un claro intento de intimidarnos a mí y a mi hija". La madre dijo que había oído hablar de otros incidentes similares en los que los guardias incluso habían disparado al aire.

En las semanas siguientes, el auto blanco apareció repetidamente en la puerta de la casa de Alejandra. Su hija ya no se atrevió a salir de la casa sola. El marido de Alejandra estaba trabajando en la plantación en ese momento. Había hablado con los guardias sobre los acontecimientos - y fue despedido inmediatamente, dijo la profesora. "Esto le pasará a todo el que nos critique", anunció el jefe del servicio de seguridad poco después en una reunión de personal.

Desafortunadamente, nuestros intentos de contactar a través del sitio web oficial a Jorge Schmidt no tuvieron éxito, ni por correo electrónico, ni por teléfono. El propietario de la plantación anuncia allí supuestas condiciones de trabajo socialmente aceptables, el apoyo a clubes de fútbol y a escuelas públicas, así como el bajo consumo de agua debido al riego por goteo. Sus "buenas prácticas" están certificados a nivel internacional. En caso de las condiciones de trabajo con con Sedex. Sin embargo, al llamar la organización, ésta no puede confirmar la certificación e incluso subrayó que Sedex no emite certificados.

Aliados poderosos

Noviembre del año 2019, en el Club de La Unión, el restaurante de la élite local de Llay-Llay, espantados por la revuelta social, se reúnen el ministro de agricultura, varias autoridades locales y los empresarios de palta de la región, entre ellos Jorge Schmidt. Frente al restaurante, marines se han posicionado en formación de combate, junto con la policía, para evitar que una multitud furiosa entre al restaurante.

La reunión es una prueba de las excelentes relaciones de los dueños de las plantaciones con los más altos niveles del gobierno. Reciben subsidios para la instalación de riego artificial y gozan del privilegio de estar en gran medida exentos de los controles gubernamentales sobre las condiciones de sus plantaciones. En la provincia de San Felipe, donde se encuentra Llay-Llay, sólo hay una escasa cantidad de funcionarios de la Dirección del Trabajo para controlar las condiciones laborales.

La lucha contra los empresarios de la palta tendrá que ser decidida a nivel nacional. Este octubre, Chile votará sobre una revisión total de la Constitución. Para muchos, esto es un rayo de esperanza en la resistencia contra la destrucción del hombre y la naturaleza. Y por lo tanto también contra las plantaciones - y sus trabajos precarios. El sindicalista Alberto Carrasco también es consciente de ello. Por supuesto que está preocupado. "Pero también debemos mirar la calidad de los trabajos", dice. "Y esto es lo último".

Artículo fue publicado en Das Lamm :
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