Alimentación Mundial: El Hambre se queda a pesar de los químicos

hambre en el mundo

Los sistemas alimentarios, influidos por las transnacionales, han fracasado en garantizarles a todos los seres humanos una alimentación segura. Esto tampoco en el futuro les será posible a las empresas. Pues la naturaleza y los seres humanos, que dependen de la agricultura industrial, con frecuencia sufren graves daños. Muchas transnacionales que producen alimentos afirman que ya están combatiendo el hambre por el simple hecho de producir mayor cantidad de alimentos. Esto es una simplificación muy fuerte, además de engañosa.

Desde una perspectiva histórica, la agricultura industrial efectivamente ha provocado grandes aumentos en la producción agrícola. Entre 1961 y 2001 se duplicó la producción regional de alimentos por persona en Asia Sudeste y en la zona del Pacífico, también en Asia Meridional, América Latina y el Caribe.

La causa principal fue el cultivo de variedades de alto rendimiento en monocultivos sumamente especializados e irrigados, que utilizan grandes cantidades de pesticidas y fertilizantes sintéticos. Estos desarrollos sacaron a muchos campesinos y campesinas de la pobreza y mejoraron su alimentación. Por persona y por día hoy se disponen de más calorías que nunca. Pero este éxito oculta graves problemas. 

En primer lugar, el hambre no se eliminó. Sigue habiendo casi 800 millones de personas desnutridas en el mundo. El problema se relaciona con la distribución desigual de los alimentos, que a su vez se imbrica con la pobreza y la exclusión social. Hasta ahora los sistemas alimentarios industriales más bien han agravado esta desigualdad en lugar de resolverla. Pequeñas y pequeños agricultores y quienes son empleados en el ramo de la agricultura constituyen hoy más de la mitad de quienes sufren hambre en el mundo. Entonces, la pregunta clave no es cómo aumentar la producción, sino cómo mejorar las condiciones de vida de los pobres, también a través de la agricultura, de modo que tengan acceso a buenos ingresos y a una alimentación adecuada. Por otro lado, debido a la fijación con las cantidades, se ha hecho poco para aumentar la eficencia. El resultado es un enorme desperdicio de calorías. La cosecha global corresponde en la actualidad, aproximadamente, a 4600 kilocalorías (kcal) por persona y por día. Pero solo alrededor de 2000 kcal por persona están realmente a disposición para el con- sumo. Después de la cosecha se da una pérdida neta de 600 kcal, que incluye pérdidas en el stock almacenado. Durante la distribución y en los hogares se pierden otras 800 kcal y, debido al reaprovechamiento de estos piensos y granos para el forraje, incluso 1200 kcal.        

En algunas regiones las consecuencias negativas de la agricultura industrial ya son visibles en las cantidades que se cosechan. En otros lugares, los rendimientos todavía están aumentando.

Cuando los suelos se agotan
hambre en el mundo

Más de una cuarta parte de los seres humanos hambrientos viven en África. En este continente la desnutrición aumentó de manera muy clara en los últimos 20 años, mientras que en el resto del mundo se ha reducido.

Estos números los publicó el Instituto Internacional del Agua de Estocolmo en 2008. Si se actualizaran los datos y se calculara también la producción de agrocombustibles, las pérdidas serían claramente mayores. Entonces, si la FAO afirma que se necesitaría 60 por ciento más de alimentos para satisfacer la demanda en el año de 2050, mejor debería reflexionar sobre cómo distribuir la oferta de manera más equitativa.

Además, la capacidad de los sistemas alimentarios de alimentar al mundo se ve impedida porque la agricultura industrial sobreexplota a los ecosistemas. La agroindustria es una causa importante de la degradación del suelo. Actualmente, más de 20 por ciento de las superficies agrícolas se consideran dañadas, y la degradación avanza a la alarmante velocidad 12 millones de hectáreas por año: esto equivale a la totalidad de la superficie agraria de Filipinas.

Por otro lado, el uso intensivo de pesticidas implica grandes riesgos a largo plazo para la productividad. Plagas y plantas resistentes y tolerantes a los herbicidas, se adaptan más rápidamente que nunca a las sustancias fabricadas para combatirlas. Esto, con frecuencia, provoca un uso todavía más intensivo de las sustancias químicas. El círculo vicioso de un mayor uso de pesticidas y una mayor resisten- cia a ellos significa que las y los campesinos tengan costos mayores y, además, le provoca también un daño adicional al medio ambiente y a la salud humana.

La aparición del SARG (Sorgo de Alepo Resistente al Glifosato), en la Argentina, Bolivia, Brasil y Uruguay, es una alerta sustancial sobre el enorme costo para la pequeña y mediana agricultura familiar, que hará imposible la producción en sus campos.

Estas repercusiones ya están afectando negativamente la productividad agrícola. Desde hace décadas se han estancado los rendimientos. La comparación de un gran número  

de estudios –conocida como metaanálisis– sobre la evolución de los rendimientos en todo el mundo de 1961 a 2008 constató que, en aproximadamente una tercera parte de las zonas donde se cultiva maíz, arroz, trigo y soya, los rendimientos no aumentaron, o comenzaron a aumentar y luego se quedaron igual o, incluso, descendieron.

El estancamiento en la producción es alertado por la propia FAO o el Panel de los Recursos de las Naciones Unidas, que alertan sobre la tendencia a un plateau productivo tanto en cereales como de oleaginosas como la soja en las próximas décadas.

También el modelo de negocios de las empresas de agro- químicos y de la agricultura industrial desempeñó un papel importante en este contexto. Los problemas surgen porque, por un lado, los sistemas se basan en la especialización, por otro, en la uniformidad de la producción; de ahí, la dependencia de los insumos químicos.

En resumen, lo que importa es cómo alcanzar altos rendimientos agrícolas y quién se beneficia de ellos. La agricultura industrial no puede conservar al medio ambiente ni la subsistencia de productoras y productores, tampoco alimentar al mundo.

Los cambios en la producción de arroz en muchas partes del mundo muestran que la agroecología constituye una alternativa: sistemas agrícolas diversificados que producen mejor sin dañar al medio ambiente y que se encuentran en armonía con los sistemas sociales en los que se encuentran insertos.

Artículo integrado en el Atlas del Agronegocio