Mujeres, crisis y organización: la repolitización de lo cotidiano

Mujeres, crisis y organización: la repolitización de lo cotidiano

A más de un mes de la llegada del COVID-19 a Chile, sus estragos se han extendido durante gran parte del territorio golpeando y modificando radicalmente nuestros modos de vida. El confinamiento obligatorio y la debacle que esto supone para sectores precarizados que, en este contexto, deben exponer su vida para subsistir, son parte de las consecuencias inmediatas de esta catástrofe. Mientras que el inminente colapso del sistema de salud y la profunda crisis económica que devasta hoy a los países ricos se avizoran desde el sur como un destino inevitable.

Desde los primeros llamados a quedarse en casa, previo incluso a los anuncios de cuarentena total establecidos por el gobierno, organizaciones feministas y de mujeres alertamos sobre las graves consecuencias que el confinamiento doméstico tiene sobre las vidas de las mujeres: precariedad laboral y riesgos de perder empleo, excesiva carga de trabajo doméstico no remunerado y mayor violencia en el contexto del hogar, son sólo algunas de las formas más concretas en que esta crisis azota a las mujeres.

En concreto, las asalariadas en Chile se desempeñan mayoritariamente en trabajos informales, precarizados y sin contrato laboral y, por tanto, sin derechos sociales. De acuerdo a datos entregados por Fundación Sol, el 70% de las mujeres del país gana menos de $400.000 líquidos. Paralelamente, el trabajo doméstico, no reconocido y no remunerado, supone una fuerte carga laboral que hemos asumido históricamente las mujeres. En un día cualquiera, una mujer destina en promedio casi 6 horas diarias al trabajo doméstico, mientras que los hombres no alcanzan a cubrir ni la mitad de ese tiempo en tareas similares. ¿Qué pasa en contexto de confinamiento doméstico? La doble y hasta triple jornada laboral se multiplica. La mayor parte de las profesionales deben continuar sus jornadas laborales vía teletrabajo, mientras que niños y niñas deben asistir a clases online y sus cuidadores - mayoritariamente cuidadoras - acompañar procesos de aprendizaje. Bien valdría preguntarse ¿qué estamos haciendo las mujeres durante esta cuarentena?, ¿cuántas han disfrutado tiempo de ocio o descanso?

El modelo capitalista, patriarcal y colonial se sostiene en el usufructo de la fuerza laboral de las mujeres - indispensable para el funcionamiento de la vida - mientras que social, política y culturalmente establece que nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestras labores carecen de valor.

Esta crisis sanitaria global ha vuelto a poner en el centro cuáles son realmente las tareas necesarias para sostener la vida y quiénes las han asumido a lo largo de la historia. Debería también ser el momento para repensar la esfera de lo cotidiano y establecer como necesidad central la gestión colectiva de la reproducción de la vida.

Probablemente no haya nada más cotidiano en la vida de las mujeres que la violencia. Desde la imposición de ciertos roles, características y actitudes desde el nacimiento, hasta las manifestaciones de violencia en los espacios educativos, laborales, sociales. La violencia contra mujeres es un continuo que nos atraviesa a todas: niñas, adultas, ancianas, con especial brutalidad si además somos negras, migrantes, lesbianas, trans, travestis o cualquier otra cosa distinta a la norma patriarcal y colonial que indica qué es ser una mujer, siempre como posibilidad única y homogeneizante.

El Estado chileno ha definido la violencia contra mujeres desde una perspectiva meramente familiar e íntima. Lo anterior se ha traducido en una institucionalidad tremendamente ineficaz a la hora de prevenir, sancionar, reparar y erradicar el problema. Un hecho reciente que lo grafica es que apenas el 2 de marzo de 2020 - un día antes de la llegada el COVID-19 a Chile - se promulgara la denominada “Ley Gabriela”, que amplía la definición de femicidio sacándolo del espectro conyugal tras 10 años de insistencia feminista.

En el marco del actual contexto de aislamiento social - y tal como lo señala la experiencia en Asia y Europa - hay antecedentes para determinar que la violencia contra niñas y mujeres tuvo un explosivo aumento. El Ministerio Público informó que en el mes de marzo se registró un aumento de un 250% de los delitos de femicidio frustrado, mientras que el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género hizo público el aumento de un 70% de llamadas al fono de orientación que disponen para mujeres víctimas de violencia. La institucionalidad ha señalado que el aumento se debe a la mayor comprensión del problema y más  búsqueda de ayuda por parte de las mujeres. Sin embargo, no se avizoran políticas públicas efectivas para hacer frente al auge de violencia, ni mucho menos orientaciones tendientes a considerar el problema fuera del ámbito doméstico, privado y familiar.

Desde antes de la pandemia organizaciones feministas advertimos: si el Estado no ofrece garantías en tiempos de relativa tranquilidad, en las crisis la negligencia se agudiza.

Cuando el COVID-19 llegó a Chile se encontró con muertes, torturas y mutilaciones; con cientos de asambleas territoriales y organizaciones barriales y con más de dos millones de mujeres en las calles. Si en el resto del mundo el virus llegó a correr la cortina del neoliberalismo para hacer visible su incompatibilidad con la vida, en Chile se encontró con un camino iniciado hacia esas nuevas formas de relación, existencia y vida.

El aprendizaje histórico y popular de anteriores crisis nos enseñó que ante la desidia institucional nuestra más certera posibilidad es la autogestión. Organizaciones territoriales, barriales, gremiales y comunitarias se activaron en prácticamente todos los territorios y ante la crisis sanitaria han sido las primeras redes capaces de proveer elementos de primera necesidad: alimentos, medicamentos y productos de higiene, así como colectivización de cuidados y asistencia ante situaciones de violencia.

En este escenario de transformaciones, para las mujeres quedarse en casa adquiere otro significado. El viejo paradigma fundante de las sociedades industriales que indicaba una separación entre el espacio público - político, masculino y valorado - y el espacio privado - íntimo, familiar y despolitizado - aparece hoy cada vez más desdibujado.

Las esferas laborales, sociales, culturales y de ocio están mediadas por dispositivos tecnológicos y tienen lugar en los comedores, escritorios o piezas de cada una. La calle, el colegio, la universidad, el trabajo y el supermercado de pronto aparecen en una pantalla. Bien viene preguntarse ¿qué formas nuevas adquiere la violencia patriarcal?, ¿cuáles son sus manifestaciones, configuraciones y efectos?, ¿qué define la violencia doméstica cuando todo los ámbitos de la vida acontecen en el hogar?

En este contexto, el estar en la casa debe ser un ejercicio elementalmente político, en el que están en juego nuevas formas de gestión de la vida.