Atlas del Agronegocio: Un atlas que muestra la grave concentración de poder de las industrias vinculadas a la alimentación

El martes 20 de noviembre se presentó en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas el “Atlas del Agronegocio”, una producción conjunta de la Oficina Regional de la Fundación Heinrich Böll Cono Sur, el Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (GEPAMA) y la Fundación Rosa Luxemburgo. Una herramienta de lucha política por parte de la academia para la sociedad civil. 

“Campos, animales y praderas: las imágenes en los empaques de los alimentos nos hacen pensar en una agricultura campesina, en un oficio tradicional y en una naturaleza intacta. Muchas personas saben que, con frecuencia, estas imágenes no tienen absolutamente nada que ver con la agricultura actual y con la producción industrial de alimentos”. Esas son las primeras líneas del prólogo del Atlas del Agronegocio, un compendio de artículos de investigadores, investigadoras, periodistas y, en definitiva, especialistas del modelo agrícola de todo el mundo que tradujeron miles de horas de trabajo a un lenguaje accesible para el público no especializado.

Esta versión es una traducción al español del Atlas lanzado el año pasado en Alemania por la Fundación Heinrich Böll y Le Monde Diplomatique, que cuenta también con traducciones al inglés y al portugués. La versión para el Cono Sur, lanzada hace una semana, cuenta con artículos específicos para Chile y Argentina y fue coproducido por la Fundación Rosa Luxemburgo y el Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (GEPAMA).

El Atlas tiene un objetivo muy claro: mostrar la tremenda concentración de poder de las industrias vinculadas a la alimentación a lo largo de toda la cadena de suministros, desde la producción hasta el supermercado, y sus impactos devastadores sobre las poblaciones y los territorios.

Esta concentración tiene una preocupante tendencia en aumento. Sus efectos son múltiples y con un correlato social netamente negativo. La presión por parte de las cadenas de supermercados sobre los precios de los alimentos, que tienden a incrementar la pobreza, las pésimas condiciones laborales en la agroindustria y las graves consecuencias sobre el medioambiente y el clima son sólo algunos de los ejes que se propone iluminar el Atlas.

Para discutir algunos de estos puntos fueron invitados Walter Pengue, Soledad Barruti y Damián Verzeñassi. El panel fue presentado por Patricia Lizarraga, coordinadora de proyectos de la oficina de enlace en Buenos Aires de la Fundación Rosa Luxemburgo e Ingrid Wehr, directora regional del Cono Sur de la Fundación Heinrich Böll, que hicieron unas breves introducciones para dejar luego la coordinación de la mesa a Sergio Elguezabal.

El primero en tomar la palabra fue Walter Pengue, Ingeniero Agrónomo y Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Este Atlas llega en un momento clave. La discusión sobre la agricultura en Argentina es fundamental. Es una agricultura que puede producir bien y mejor tanto para el país como para el exterior, de manera excedentaria tanto por la riqueza de su suelo como por los recursos naturales que tiene”. Es que a diferencia de Europa, por ejemplo, no hay restricciones para la producción agrícola en ningún momento del año.

Esta potencialidad de la agricultura argentina sólo es posible con una diferente inserción en el mercado mundial. En la actualidad (y desde hace mucho tiempo), la región latinoamericana no es más que un reservorio de materia prima para los países más desarrollados, que estarán haciendo presencia en nuestras latitudes esta semana por la cumbre del G-20. Una de las funciones de esta cumbre, justamente, es observar qué tenemos para ofrecer como productores para satisfacer el capitalismo brutal de sus territorios al costo más bajo posible.

En contraposición a este modelo, Pengue propone “la agroecología con agricultores. Cuando nosotros hablamos de agroecología hablamos, primero y principal, de la gente y del entorno. No hay agroecología si no hay un cambio rotundo en la ecología como tal”. Algunas de las discusiones necesarias para este cambio son la inclusión en las decisiones de los pueblos fumigados (algunas de las víctimas más representativas del modelo agroextractivista), la desconcentración de la industria mecánica agrícola y el retorno a los pueblos de la propiedad de las semillas.

En relación a este último punto, Soledad Barruti, periodista especializada en alimentación y autora de los libros “Malcomidos” y “Mala Leche”, analizó el rol de los bancos de semillas y el impacto sobre la biodiversidad que “está en total crisis actualmente. Toda la diversidad de alimentos de la historia de la humanidad está en riesgo porque a medida que no se producen en el territorio o que son sustituidos por productos comerciales dejan de tener su lugar en la tierra”.

Los bancos de semillas surgen como un intento de salvaguardo de la biodiversidad para garantizar la seguridad alimentaria y que ninguna especie de semilla desaparezca en el transcurso del tiempo. El problema es que esos bancos son cámaras frías, que no tienen contacto con la tierra. Para Barruti, “se está cortando esa historia de esa semilla que aprende año a año, en contacto con el territorio. Si las aislás en un laboratorio estás cortando con eso”.

Otro de los problemas claves para la periodista es el avasallamiento de los cuerpos. En el artículo que escribió para el Atlas habla sobre la comunidad boliviana Capirendita, en Villa Montes, limítrofe con Argentina, que tiene cada vez más casos de niños y niñas de 8 años o más con diabetes tipo 2, la cual sólo se adquiere a partir de una mala alimentación y hasta hace algunos años se consideraba una enfermedad exclusiva de adultos. “No entendían lo que pasaba. Lo único que tomaban eran bebidas azucaradas, no tomaban otra cosa. Incluso reemplazando al agua. Son el ejemplo perfecto de los problemas que el agronegocio lleva a la mesa, el último eslabón”. Esta comunidad es sólo una pequeña muestra de las 24 millones de personas con diabetes tipo 2 en América Latina.

Las consecuencias de la mala alimentación y la sustitución de la comida son muy graves para la salud. Los efectos más evidentes son la obesidad y el sobrepeso. Lo grave es en realidad lo que acompaña ese aumento de peso, que son una amplia gama de enfermedades (diabetes, hígado graso, problemas cardiovasculares, entre otras) que afectan a cada vez más niños y adultos. Esto no es una mera pretensión elitista de “comer sano”: los organismos internacionales alertan que esta situación puede directamente quebrar países, ya que atender a todas esas personas colapsaría los sistemas de salud, tanto públicos como privados.

Las consecuencias de suplantar los alimentos sanos también impactan sobre la subjetividad de los y las comensales. Para Barruti, esta batalla con las empresas de alimentos es una disputa cultural. ”La industria se mete en la intimidad de tu casa. Secuestra tu paladar y va performateando tus momentos de desayuno, de almuerzo, de cena. Las personas tienen antojos provocados por las marcas que sólo ellas satisfacen. Eso es gravísimo porque se desmantela cualquier forma de cultura o de identidad que no sea la de la marca alrededor de la comida”.

En la misma línea se expresó el médico paranaense Damián Verzeñassi, otro de los expositores de la presentación. El especialista remarcó el impacto del agronegocio que “nos roba no sólo nuestra identidad genética y cultural, sino que nos roba nuestros gustos, nuestros sabores, nuestros olores y colores y nos roba nuestras vidas”. La afirmación no es una exageración: ser un militante ambiental en América Latina es una de las profesiones más peligrosas, ya que tienen los índices de asesinatos más altos de la región.

Mientras la discusión sobre los derechos humanos por parte de las empresas se limita a cuánto pagan de multa por cometer una “infracción”, el Atlas pone de manifiesto la otra cara, la cual es exigir el derecho y el respeto de la integridad física. En palabras de Verzeñassi, “si no definimos tener veneno en nuestros cuerpos, tener transgénicos en nuestros cuerpos, tener microplásticos en nuestros cuerpos, han violado nuestros cuerpos y eso es una violación a los derechos humanos”.

El vínculo con el territorio se vuelve entonces fundamental para replantear el modelo de producción agrícola actual. El primer paso de las empresas relacionadas a la alimentación fue haber expropiado a sus pobladores de sus territorios y generar el consecuente desarraigo. A partir de ahí cobra sentido el objetivo de la industria alimenticia: ¿para qué necesitan territorio si ella se encarga de proveer todos los alimentos?

Para Verzeñassi, esto constituye una “privación de la soberanía alimentaria”. La posibilidad del sostenimiento a lo largo del tiempo de este modelo ecocida es a partir de esa lógica. La salida de los pueblos de su territorio para trasladarse y ser parias en los cordones de las grandes ciudades, es una de las consecuencias directas de este accionar. “Necesitamos recuperar nuestra relación con los territorios, necesitamos recuperar nuestro entendimiento de los ciclos de la vida y, en esa deconstrucción, tenemos que entender que el alimento es la columna vertebral a partir de la cual podremos salir de este sistema o habremos fracasado”, enfatizó el médico.

Otro aspecto importante de la discusión fue el eje de las nuevas tecnologías. “Las tecnologías nos van a salvar” es una de las falacias que el Atlas trata de desarmar. La velocidad a la que avanzan estas nuevas herramientas de dominación y destrucción de los cuerpos es aún mayor que lo que venía sucediendo con los transgénicos. Para Verzeñassi, “si estamos acá es porque nos vendieron el discurso de que la tecnología nos va a salvar. Porque creímos en la tecnología aceptamos la revolución verde, porque creímos en la tecnología aceptamos todo el avance de la revolución biotecnológica y ahora, no solo no se resolvió el problema del hambre, sino que se profundizó”.

El panorama es ciertamente preocupante. Varios son los y las militantes agroecológicas asesinados, siendo quizás el más conocido el caso de Berta Cáceres en 2016, líder indígena lenca, feminista? y activista del medio ambiente de Honduras. Esta situación la confirman entidades como Amnistía Internacional, que hizo informes sobre cómo fue creciendo la cantidad de activistas ambientales asesinados, sobre todo en América Latina. A pesar de lo preocupante de esta información, Verzeñassi no quiso dejar de resaltar que “eso nos lleva a incrementar nuestros vínculos, nuestras relaciones, nuestros acompañamientos solidarios, para que sepan que no estamos solos. Como dijo Vandana Shiva: “Se ponen contentos cuando nos entierran, pero no se dan cuenta que somos semilla”.

Publicada originalmente en Fundación Rosa Luxemburgo

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Artículo escrito por  Ignacio Marchini (@profneurus )