
Cuatro reactores atómicos con explosiones o incendios. Escape de radioactividad. Una situación fuera del control de los responsables de la planta. Pese a la crisis de enormes proporciones el desastre, que obliga a evacuar a cientos de miles de personas, es calificado en el nivel cuatro en la Escala Internacional de Eventos Nucleares (INES, por su sigla inglesa), que va de uno a siete. A poco andar era evidente que lo ocurrido en el complejo de Fukushima superaba en gravedad al incidente de la planta atómica de Three Mile Island, en Estados Unidos en 1979. Dicho incidente, en que hubo escaso escape de radioactividad, fue calificado grado cinco.
Las autoridades francesas no trepidaron en tipificar la debacle nuclear nipona con grado seis, uno más abajo que el de Chernobil, en 1986, que aún es, por lejos, el más grave. A regañadientes las autoridades japonesas elevaron su apreciación sobre la gravedad de lo ocurrido al grado cinco. Pero los escapes de radioactividad y la contaminación de las aguas en Tokio obligaron a los responsables de la seguridad nuclear a instruir a la población a velar que los menores no bebiesen de dichas aguas.
También fue necesario prohibir la venta de verduras de una vasta región que circunda la zona siniestrada. Dos semanas tras el terremoto del 11 marzo es razonable calificar lo ocurrido como un “accidente mayor con impacto fuera de la planta”. Bueno, esa es exactamente la definición que da INES para calificar con grado siete lo ocurrido.
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